Tel Aviv, 12 dic (EFE).- El cantante uruguayo Jorge Drexler, que toca mañana en Tel Aviv, dialogó con Efe a corazón abierto sobre las contrariedades que le genera Israel, donde vivió en su adolescencia y todavía se siente «en casa», pero del que siente que su ocupación de Palestina «deteriora su esencia».
Drexler camina por Tel Aviv como si fuese Madrid o Montevideo. No es extraño a sus calles, se identifica con sus habitantes y hasta habla hebreo con notable fluidez.
«Hablo peor de lo que la gente cree, porque tengo el acento casi intacto», reconoce, y casi sin darse cuenta empieza a desempolvar la compleja mezcla de identidades y sentimientos que le genera reencontrarse con este país, a seis años de su última visita y a cuarenta de aquel año donde, con tan solo 14, descubrió lo que era vivir lejos de su familia y escribió su primera canción.
Tras haber pasado el día en la aldea palestina de Susiya y en la ciudad de Hebrón, también en Cisjordania ocupada y con la particularidad de ser sagrada para las tres religiones monoteístas, el artista, que creció en el seno de una familia judía, se confiesa «removido» y dice no ser objetivo frente a este lugar, que le resulta una «encrucijada de mundos».
Los largos segundos que se toma antes de responder a cada pregunta no parecen solo destinados a encontrar las palabras precisas sino que denotan un proceso de autoexploración e instrospección constante, donde su identidad, sus emociones y sus convicciones se baten a duelo en un ejercicio casi terapéutico.
«No hay nada más importante para intentar establecer un territorio mínimo de comprensión del mundo y comprensión ética de lo que pasa que empezar por una autocrítica personal. Y venir a Israel me remueve tanto porque yo me siento responsable de las cosas que pasan aquí, porque creo en el Estado de Israel, creo en la necesidad de su existencia y entonces también me siento responsable de lo que pasa del otro lado de la Línea Verde», señala, en referencia a los territorios palestinos ocupados por Israel desde 1967.
Distanciarse de su propia identidad para analizar el conflicto le resulta tan difícil que hasta se posiciona en el rol de padre y establece una analogía con Abraham, patriarca de las tres religiones y cuya tumba visitó en Hebrón, cuando dice «si supiera Abraham la que se armó entre sus hijos y cómo se tienen que dividir para rezar en su tumba porque no pueden ni siquiera coexistir».
Aunque esta visita no haya sido su primera a territorio palestino ocupado, Drexler menciona que siempre le «impresiona mucho estar ahí».
A diferencia de la pobreza en América Latina, apunta, la miseria que observa en Palestina no es únicamente material sino que es «mucho más grave» y pasa por la ausencia de libertad.
Posicionándose ya no desde su identidad judía o israelí sino uruguaya, surgen paralelismos con el Uruguay bajo dictadura del cual emigró cuando se fue a vivir en Israel en 1979 y explica: «Que los seres humanos tengan libertad de movimiento y que tengan las libertades básicas cubiertas, la libertad a la educación, la libertad a tener un techo, a pertenecer a un sitio y que se respete su propiedad privada, eso son cosas que en la dictadura de Uruguay no se respetaban, no había libertad de agrupación, de movimiento y por supuesto no había libertad de opinión».
Su visión de la ocupación, palabra que no pronuncia con liviandad sino con un peso que denota dolor y tal vez hasta un deje de vergüenza, es que «es un proceso que, aunque de maneras no comparables, deteriora a ambos lados. Un ejército de ocupación va deteriorando su esencia, y ni que hablar de lo que sucede en el ocupado». «Es imposible hacerlo sin que se produzca un deterioro ético y moral en el ocupante», agrega.
Sobre el final de la charla, tras haberse sumergido en las profundidades de su mezcla de identidades para analizar un lugar que le resulta tan conmovedor, Drexler se refiere a lo que él llama un «desarraigo positivo» a través del cual reflexiona sobre su propio camino y marca: «Es muy importante entender lo importante de las raíces, saber de dónde es uno, conocer el mundo del que viene, pero al mismo tiempo que saber que somos todos de ningún lado del todo y de todos lados un poco».
Por último y consultado sobre posibles nuevas canciones sobre esta experiencia y temática, explica por qué le resulta muy difícil escribir sobre el conflicto: «Uno, que se dedica a escribir canciones, tiene que tener muy claro cuando pasa un límite a partir del cual uno deja de servir una causa y la causa pasa a servirle a uno. Esa instrumentalización de cualquier tragedia humana también hay que cuidarla y mirarla en uno mismo, es muy difícil para mí escribir sobre lo que vi hoy, me encantaría, pero es muy difícil. Lo voy a intentar, porque además de todo tengo que pasar ese límite de sentir que no estoy yo sacando partido de una tragedia humana».
Por Pablo Duer