En medio del debate público sobre el conflicto en el CIDE, el Centro de Investigación y Docencia Económicas, que detonaron las formas y represalias contra la comunidad académica de José Romero Tellaeche, nombrado por la directora del CONACYT —como es su atribución—, María Elena Álvarez-Buylla, un viejo texto escrito por el funcionario ha comenzado a circular ampliamente. Desde un punto de vista académico, es muy sólido y persuasivo. Pero si se analiza bajo los parámetros del presidente Andrés Manuel López Obrador, el ensayo es un desafío a su proyecto de nación que tendría que culminar en su cese.
El ensayo fue publicado en El Trimestre Económico del Fondo de Cultura Económica, en la edición de abril-junio de 1999, intitulado “El Holocausto y su secuela: la Revolución Mexicana de 1910”. Desde su marco analítico, Romero Tellaeche es contundente: “De no haberse dado la Revolución de 1910, el proceso de acumulación (de capital) habría seguido su curso, al paso de los años se habría agotado el excedente de mano de obra, los salarios habrían comenzado a subir, se habría expandido el mercado interno y habríamos pasado de ser exportadores de materias primas a exportadores de bienes manufacturados intensivos en capital”.
“El proceso de acumulación no se habría detenido por 25 años después de la Revolución, como lo hizo, y la Segunda Guerra Mundial nos hubiera encontrado con un aparato industrial mucho más desarrollado. El país hubiera aprovechado mejor este acontecimiento y tal vez nunca habría aparecido una estrategia de industrialización mediante la sustitución de importaciones. La calidad de vida de los mexicanos sería muy superior a la que tenemos y viviríamos en una sociedad con menos problemas”.
Sólo en estos dos párrafos, hay una profunda crítica a los mantras del presidente López Obrador. La Revolución Mexicana, como la tercera transformación que rige su pensamiento y ambición política, que considera un freno para el desarrollo mexicano, y el elogio a la gestión y Gobierno del General Porfirio Díaz, a quien no sólo el Presidente sino la historia y el imaginario colectivo, estigmatizan como un dictador —que lo fue—, que dejó el legado neoliberal —ha sugerido López Obrador— que fue una plaga en los últimos 30 años, y raíz de un modelo político y económico que nunca debe dejar que vuelva a crecer. También a su modelo alterno de desarrollo: la política de sustitución de importaciones, en desuso desde finales de los 60’s y los 70’s.
Romero Tellaeche, que escribió el ensayo cuando era profesor en el Centro de Estudios Económicos de El Colegio de México —una institución buena que no se corrompió durante los años del neoliberalismo ante los ojos de López Obrador—, ubica a los presidentes Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada, Porfirio Díaz y Manuel González, como defensores del proyecto liberal, que bien cabrían en la categoría peyorativa actual de neoliberales, por haber sido impulsores de una expansión económica que abarcó 40 años, de 1867 a 1910, y de la estabilización política, en donde Juárez jugó un papel inicial clave al lograr que la influencia del sistema político no contaminara el crecimiento económico, con lo cual creó las condiciones para ir eliminando los pequeños enclaves autosuficientes que no sólo habían impedido la acumulación de capital, sino que tampoco generaban la paz interna que allanara el camino a las inversiones.
López Obrador no los ve en su conjunto. Para él, Juárez y Lerdo de Tejada están en el lado correcto de la historia, los otros no. Para Romero Tellaeche, la trascendencia para el país en la parte final del siglo XIX hasta antes de la Revolución Mexicana, tiene que verse de manera unida, por la política de Estado que mantuvieron inamovible durante cuatro décadas para impulsar el desarrollo y que le permitió a Díaz seguir con la industrialización. “Entre 1860 y 1910, el producto per cápita aumentó 168%, al pasar de 39.36 en 1860 a 105.57 en 1910”, escribió. “Esto significa una tasa de crecimiento del ingreso per cápita de 2% en promedio anual, durante 50 años (2% por arriba del crecimiento de la población)”.
“Con la Restauración de la República, el Gobierno de Juárez logró reducir la deuda pública en 79%, de 454 millones a 97.4. Después de estos acontecimientos, los resultados fueron realmente milagrosos. Con esta medida no sólo se resolvió el problema de la deuda de manera definitiva, sino que para 1900 el país obtuvo una calificación crediticia de país desarrollado”, añadió en el ensayo. Sin embargo, subrayó, todo esto “terminó abruptamente con el proceso revolucionario de 1910”.
El director del CONACYT se refirió a Díaz, de entre los cuatro, de manera más positiva. “Con Porfirio Díaz el país se estabilizó políticamente”, recordó. “Entre 1876 y 1911 sólo dos hombres ocuparon la Presidencia: Manuel González durante un período presidencial (1880-1884), y Porfirio Díaz el resto (1876-1880, 1884-1911). Con la estabilidad vino la pacificación y más tarde la calma. El país se tranquilizó y disminuyó la delincuencia. La inversión extranjera empezó a fluir en montos sin precedentes y gran parte de ella se destinó a construir los ferrocarriles”.
Romero Tellaeche reflexiona sobre lo difícil de explicar el porqué, con los resultados de Díaz, hubiera caído, aunque detalla como una de las explicaciones más interesantes, el que no invirtió lo suficiente en programas sociales, que eran indispensables, subraya, para relajar las tensiones sociales que una economía en crecimiento necesariamente genera. En este punto coincide con la estrategia social de López Obrador, pero en el resto, es un anatema y no pocas veces contradice su pensamiento. No es López Obrador, e incluso se encuentra en sus antípodas.
La circulación del ensayo evidentemente quiere dañarlo, y su lectura, en la coyuntura actual, es agridulce. El economista se muestra intelectualmente honesto, pero como político de la causa, queda lastimado y expuesto ante un Presidente que por menos, ordenó la destitución de funcionarios o vetó nombramientos por sus vínculos neoliberales o capacidad autocrítica. Ese tendría que ser su destino inmediato, si prevalece la congruencia del Presidente.