Soy de una generación que pertenece al siglo pasado, una de esas que de niño veía en la televisión las desventuras del Chapulín Colorado. Recientemente, y gracias a la magia del internet, alguien compartió en Facebook una entrevista que le hicieron a Roberto Gómez Bolaños en 1987 en Argentina, y en ella se refiere al personaje que por arma tenía el “chipote chillón”.
“Héroe el Chapulín Colorado. El heroísmo no consiste en carecer de miedo, sino en superarlo. Aquellos no tienen miedo, Batman, Superman, son todopoderosos, no pueden tener miedo. El Chapulín Colorado se muere de miedo, es torpe, débil, tonto, etcétera, y consciente de esas deficiencias se enfrenta al problema, ese es un héroe, ¡y pierde!, otra característica de los héroes, los héroes pierden muchas veces, después sus ideas triunfan, pero mientras tanto el héroe… ¿Cuántos fusilados conocemos?”, dijo “Chespirito” al exponer el perfil de su personaje.
Añadió que mientras Superman tiene a Lois Lane y Batman tiene a Robín, el Chapulín Colorado es discreto en su vida privada, pero “es machito”.
Escucho la descripción de Roberto Gómez Bolaños y me siento un poco identificado con el Chapulín Colorado, por ser tan torpe, tan débil, tan miedoso y con tantas batallas perdidas.
El martes 16 de febrero del 2016 acudí al Estadio Morelos en Morelia, Michoacán; el Papa Francisco se reunió con la juventud de México y me colé como invitado de la Comisión Diocesana de Pastoral Juvenil de Aguascalientes (CODIPAJ), la invitación fue por aquellos años en los que anduve de mitotero y de cucaracha de iglesia.
El Papa Francisco invitó a la juventud a no darse por vencida y citó una canción:
“Los alpinistas tienen una canción muy linda, que a mí me gusta repetírsela a los jóvenes, mientras suben van cantando: ‘En el arte de ascender el triunfo no está en no caer, sino en no permanecer caído’”.
Es de lo más normal caer, la fuerza de la gravedad no falla. Aquellos que no han tropezado o no se han caído, seguro son gente que no camina.
Se aprende mucho de las caídas, algunos hasta nos acostumbramos a caer y volver a caer. Un buen golpe nos manda a la lona, pero eso no significa que estemos noqueados.
El agua de los arroyos y los ríos está llena de vida, es agua que fluye. La de los estanques se pudre, huele mal, se enlama porque se queda estancada, atrapada. La vida es estar en movimiento, es circular, es fluir; el día que la sangre se nos detenga en las venas el cuerpo se comenzará a podrir, estaremos muertos.
Un “poder” del Chapulín Colorado es hacerse pequeño tomando una “pastilla de chiquitolina”. Eso me recuerda, con algo de agrado, toda la gente que en alguna ocasión, muchos todavía lo hacen, me miran hacia abajo, me ven pequeño e insignificante.
Eso es muy bueno, el maldito ego nos ciega, nos impide ver que somos menos que unas pulgas en el lomo de un perro. Somos tan nada en el tiempo y en el espacio. Es tan pequeño nuestro paso por este mundo, que dura más un pestañeo en medio de la eternidad que nosotros en la Tierra.
Hace años, en San Diego, California, disfracé a un sobrino de Chapulín Colorado, incluido su pequeño “chipote chillón”.
Alexander lloró porque le fue incómodo estar dentro de ese traje y la capucha con antenitas de vinil. Gateó llorando y aproveché para tomarle una fotografía. Algún día sabrá la clase de héroe de la que fue vestido.
Me gusta la melancolía, pero mis torpes dedos no aporrean el teclado a la velocidad en que las palabras aparecen en mi mente. Tengo un par de “chipotes chillones” que uso con mis ahijadas del Hogar de la Niña y con mis sobrinos cuando se portan mal, ese juguete de plástico con un sonido incluido al momento del impacto, es más cotizado que el martillo de Thor.