Lisboa, 17 dic (EFE).- Ha hecho de su turbante rojo una marca que le distingue y de su apodo, Chakall, un nombre de éxito. El chef argentino Eduardo Andrés López acaba de abrir su sexto restaurante en Portugal, en el estadio Da Luz, el campo del Benfica, una atractiva combinación para los amantes del fútbol y la buena cocina.
Una propuesta, explica el cocinero en una entrevista con Efe, que reúne platos de países muy vinculados con él mismo y que comparten «tradición de fútbol» como son España, Portugal, Argentina e Italia.
Aquellos que acudan a uno de los templos del balompié portugués podrán disfrutar de pizzas y carpaccios de Italia, carnes argentinas (y portuguesas), tapas locales y, por supuesto, jamón español, además de un ingrediente especialmente sentimental para Chakall por ser de Galicia, «la tierra» de su padre, los pimientos de padrón.
Nada más comenzar la entrevista, dos preguntas inevitables: ¿Por qué Chakall?, ¿por qué el turbante?.
Dice que le llaman Chakall desde que tenía cinco años, por su carácter independiente y solitario, «un poco bandido», y capaz de, por ejemplo, llegar solo a casa en mitad de la noche tras perderse en una feria con solo nueve años.
Su experiencia en África es la respuesta al turbante de su cabeza. A su vuelta a Europa empezó a ser llamado «el cocinero del turbante» y decidió dejarlo como un símbolo.
Chakall dice además que llevarlo le «inspira». Como en la película «Ratatouille», en la que el ratón Remy se escondía en el gorro de un joven chef para ayudarle en la cocina, asegura que él también tiene a su propio Remy «escondido en el turbante».
Sus inicios, sin embargo, están lejos de los fogones y próximos a los periódicos, pues en sus inicios ejerció como periodista en Argentina en un intento de apartarse de la tradición familiar, que era precisamente la restauración.
Las ideas de un joven argentino que «odiaba el olor a comida» por los restaurantes familiares se vieron frustradas por la barrera del idioma en Portugal, lo que le llevó a buscar cobijo en la cocina para ganarse la vida.
Su paso por África no le dejó únicamente su icónico turbante sino también «ideas un poco raras» que le animaron a abrir un restaurante afrodisíaco.
Actualmente son seis los que tiene en Portugal -más uno de próxima apertura- y uno en China, unidos a los dos donde ejerce como jefe ejecutivo, que le aportan unos ingresos considerables.
«Son negocios independientes todos, en algunos tengo socios, en otros no… pero me imagino que entre este año y el que viene debe estar entre los 8 y 10 millones por año», señala.
Este éxito, sin embargo, no le hace pensar en las estrellas Michelin, que, dice, no le «mueven un pelo».
Considera que comer en estos restaurantes es una «gran experiencia» -de hecho presume de conocer bien a Ferran Adriá y de haber comido en el Bulli-, pero que no serían lugares que frecuentaría.
¿Qué es merecedor entonces de una estrella en su opinión? Chakall no tiene dudas. Mira a España y asegura que lo que se merece diez estrellas es «una paella o un cocido madrileño bien hechos».
Su viaje por más de 130 países le ha dejado clara una cosa: «todo el mundo, no importa el país, cree que la comida de su país es la mejor».
Pero destaca como clave la infancia: «Aquello que te cocinaba tu madre o tu abuela, eso es lo que queda en el cerebro, a la gente le gusta la comida que les lleva a la infancia».
Por Nacho Ballesteros