Madrid, 12 mar (EFE).- Seis años después de su último disco, vuelve El Columpio Asesino con uno de los ya considerados mejores trabajos del año, uno en el que se rebelan contra «la felicidad como imperativo» y ese síndrome de «explotación del tiempo» que ha quedado tan expuesto con los encierros por coronavirus.
«De esta crisis no saldrá nada positivo, porque no aprendemos de nuestros errores», vaticina a Efe uno de sus fundadores, Albaro Arizaleta, al ser preguntado por las consecuencias del período forzoso en casa que se avecina, a solas con nuestras emociones.
En su opinión, hoy por hoy «rehuimos de la ausencia de estímulos, de estar en el momento. Cada vez hay menos tiempo para la contemplación, no soportamos el silencio y cuando tenemos que enfrentarnos a nosotros mismos, huimos, nos vamos al gym o a donde sea».
Con «Ataque celeste» (Oso Polita Records), título de su sexto álbum de estudio, El Columpio Asesino hace referencia a todo eso, «al síndrome que explica la angustia de algunas personas por explotar más que aprovechar esos días azules interminables en los que hay que pasarlo bien, de felicidad como imperativo».
«Por eso yo en los días cerrados me encuentro más a gusto, días en los que las expectativas de diversión son más bajas», argumenta Arizaleta, quien junto a sus compañeros rompió las rutinas de la industria discográfica en pos de su propia consideración del tiempo: que una banda puede estar fuera de circulación.
Mucho tiempo ha pasado desde el previo «Ballenas muertas en San Sebastián» (2014). «Hasta se barajó si habíamos hecho una despedida a la francesa», recuerda con humor Arizaleta, que integra esta formación navarra junto a su hermano Raúl (guitarra), Cristina Martínez (guitarra y voz), Daniel Ulecia (bajo) y, ahora, Jaime Nieto a la trompeta y percusión en sustitución de Íñigo «Sable» Sola.
Fue en 2003 cuando publicaron su debut, el homónimo «El Columpio Asesino», y tras meses y meses de gira encadenados con arduas grabaciones de discos («cada uno nos lleva como mínimo un año», justifica), decidieron darse «espacio» antes de volver al estudio.
Aferrados aún a su continua aspiración de no volver a pisar sus propias huellas, pero de no perder tampoco su impronta, tampoco fue fácil el retorno al local de ensayo, donde se ha gestado «Ataque celeste» en «turnos casi de oficina» de siete u ocho horas diarias, «picando piedra hasta que del mármol surgió la forma que buscábamos».
Un disco «más luminoso» que su asfixiante predecesor, esa era la consigna, y el resultado es su álbum más breve, solo ocho cortes, sin rellenos ni temas que no encajaran en el conjunto, con una deriva más electrónica y también más melódica, lo que redunda en un mayor protagonismo al micrófono de Cristina Martínez.
«Hubo un momento en que estábamos forjando los temas uno a uno y no veía el disco en su totalidad, hasta que lo terminamos y lo escuché todo seguido. Fue cuando les dije a todos que habíamos hecho un discazo», presume Arizaleta, palabras suscritas por público y crítica.
Queda muy claro además el carácter de «altavoz de angustias personales» de muchas de las canciones, que giran en torno «al divorcio imposible con uno mismo, de las dos voces opuestas que forman parte de nosotros», explica su autor.
Eso está presente desde la inmediatez emocional de «Huir», el corte que lo abre, con unos versos llamados a ser emblemáticos de su producción: «¿Cómo es que llamas esta noche? ¿Quién te ha fallado hoy? / No ha llovido suficiente desde tu última función /
Sabes que ya no estoy de guardia, que no hay luz en mi balcón».
«Somos comadrejas de las relaciones. No sabes la de gente que me ha dicho que se siente identificada con el personaje de la canción, eso de que te vengan mendigando amor en horas bajas», comenta el músico.
Y hay mucho más que explorar en este álbum, como «Tu último relato», que reflexiona sobre la luz de los creativos, «de sentirte acabado y que tu vida no tenga sentido, que como artista las estrellas cuelguen muertas en el cielo, metáfora de aquel que vive más de la luz del pasado que de su presente».
¿Alguna vez se han sentido así con «Toro», opacados por quizás su mayor éxito musical?
«Es una canción de la que estamos muy orgullosos. No es fácil dar en la campana y, si lo hicimos en su día, no éramos conscientes. Mi hermano hasta quería quitar el estribillo. A veces te toca las pelotas que nos digan que solo tenemos ‘Toro’, cuando hay un montón de temazos, pero lo cierto es que aún está ahí en las pistas», señala, tras volver a dar en la diana con este disco.
Por Javier Herrero