Poptún (Guatemala), 3 oct (EFE).- El hambre y un muro de soldados acabaron este sábado con el sueño americano de al menos 2.000 de hondureños que cruzaron Guatemala en busca de llegar en caravana a Estados Unidos, mientras otros de sus compatriotas se resisten a rendirse.
El final del viaje para muchos de los hondureños llegó este sábado por la mañana, tras varias horas de tensión en el departamento de Petén, 400 kilómetros al norte del país.
La caravana migrante había ingresado el jueves por la mañana a Guatemala de manera ilegal en el oeste del territorio y se dispersó por varios puntos del norte del mismo, pero uno de sus grupos más nutridos se topó el viernes con las fuerzas de seguridad locales después de haber recorrido 250 kilómetros.
El bloqueo ordenado por el Gobierno de Guatemala se concretó desde el viernes en una carretera en Petén (norte) con agentes de la Policía Nacional Civil y soldados del Ejercito de Guatemala, impidiendo la continuidad de los hondureños.
Los migrantes intentaron convencer a las autoridades de dejarlos avanzar, pero fue en vano, especialmente tras el estado de prevención -que limita ciertas libertades- impuesto el pasado jueves por la tarde en seis departamentos -incluido Petén- por el presidente guatemalteco, Alejandro Giammattei.
La medida del estado de prevención fue decretada tras el ingreso masivo de la caravana el jueves en la frontera de El Corinto, donde rebasaron la capacidad de las autoridades para detenerlos y solicitarles los documentos de ingreso a Guatemala.
Bajo el calor húmedo de Petén, un departamento nutrido de selva, los hondureños esperaron en la noche del viernes sin agua ni comida. La mayoría de ellos confirmaron a la agencia Efe su agotamiento físico, especialmente tras dormir a la orilla de la carretera porque los albergues de migrantes no pudieron recibirlos ante la pandemia.
La ruta rumbo a México también les jugó en contra a los migrantes. A diferencia de caravanas anteriores, esta vez muchos hondureños se encaminaron por la biósfera maya petenera, al norte del territorio, donde encontraron menos apoyo humanitario de los locales tanto por la menor densidad de población -en comparación con la ruta al sur de Guatemala- como por la COVID-19.
Los migrantes están pagando además el precio de ser la primera caravana pospandemia. A diferencia de las anteriores, que iniciaron en 2018, la actual caravana no encontró ayuda de organizaciones internacionales y de personas individuales que habitualmente los proveen de comida, agua, insumos de limpieza y en muchos casos un techo.
En la noche del viernes también cayó una copiosa lluvia, de la que no se pudieron resguardar los migrantes, y finalmente en las primeras horas del sábado la mayoría decidió aceptar los buses que el Ejército de Guatemala y la Policía Nacional Civil ofrecían para devolverlos a la frontera hondureña.
De acuerdo con el Gobierno de Guatemala, al menos 2.000 hondureños de la caravana migrante han retornado a su país. Otro millar más continúa rumbo a México, pero en pequeños grupos, sin grandes concentraciones de gente.
EL DILEMA DE LOS REZAGADOS
Marcos y Keisy entraron a Guatemala el jueves por la mañana con la caravana, entusiasmados con llegar a Estados Unidos en busca de mejores oportunidades de vida. Pero la pareja hondureña no iba sola: avanzan también con ellos Ezequil y Génesis, sus hijos de 11 y 6 años.
«Cuando tengo trabajo (en Honduras) ayudo en albañilería», contó Marcos mientras caminaba este sábado en una carretera del departamento de Petén en ruta a México, 400 kilómetros al norte de Ciudad de Guatemala.
«Pero llevo meses sin trabajo. Y mis hijos necesitan comer», añadió con preocupación al referirse a la situación de su país natal.
La familia se retrasó el viernes de la multitud, durmió esparcida a la orilla de la carretera, y este sábado se toparon con la sorpresa de que muchos de sus compatriotas emprendieron el regreso a Honduras.
Confundido en medio de la carretera, Marcos no sabía si seguir en la ruta a Estados Unidos o dar por terminado el intento.
El mismo caso ocurrió con Jhonny y Olvy, otros dos hondureños rezagados con el mismo dilema de continuar el viaje o volver a Honduras después de tres días de caminar bajo el sol.
Ambos no rebasan los 25 años y saben que en su país las oportunidades son pocas, además de que huyen de una de los 15 naciones más violentas del planeta según datos de organismos internacionales.
Después de pensarlo un poco, finalmente los dos jóvenes toman una decisión: «Primero Dios llegaremos. En Honduras no hay nada para nosotros. Primero Dios llegaremos a los Estados Unidos».
Esteban Biba