Leiden (Holanda), 31 oct (EFE).- La estrella del arte holandés, Rembrandt van Rijn, nació en Leiden, la ciudad holandesa que vio florecer y desarrollarse hace 400 años el talento excepcional de este pintor del Siglo de Oro, cuyas 120 primeras obras se exponen desde este jueves en el Museo Lakenhal de Holanda.
Esta muestra dedicada a la primera década de Rembrandt como artista, cuando tenía entre 18 y 28 años, es la final del año temático nacional, dedicado a celebrar el 350 aniversario del fallecimiento del pintor con diferentes actividades, como el duelo, aún en exposición, entre «Rembrandt y Velázquez», en el Rijksmuseum de Ámsterdam.
El Lakenhal, que abre al público esta muestra el próximo sábado bajo el titulo «El joven Rembrandt, una estrella en ascenso», recupera obras pintadas hace cuatro siglos en Leiden, su lugar de nacimiento, por lo que presenta más de 40 pinturas, 70 grabados y 10 dibujos, incluida una serie de piezas que nunca antes había sido expuesta.
El lienzo «Que los niños pequeños vengan a mí», identificado en 2014 como el primer trabajo de Rembrandt y que representa las enseñanzas de Jesús sobre los más pequeños, en una figura relajada y sombría del profeta, se mostrará a los visitantes por primera vez, en esta exposición abierta hasta el 9 de febrero.
La época clave en el desarrollo del talento de Rembrandt fue la década de 1624 a 1634, periodo en el que su trabajo es un claro testimonio de un talento innato y excepcional, que refleja la rapidez con la que avanzaba en el manejo de los pinceles, pero también en el desarrollo de su peculiar técnica desde los primeros años de su carrera.
Experimentó con nuevos temas y colores, como el juego de los claroscuros que tanto le caracterizan, cuyo mejor ejemplo es su autorretrato de 1628, en el que proyectó una audaz e innovadora sombra sobre su propio rostro.
«Fue un verdadero innovador. Nunca eligió seguir caminos que ya habían sido explorados y continuó buscando incansablemente nuevas ideas y posibilidades», apunta la comisaria del museo, Chris Vogelaar, sobre la contribución de este artista (1606-1669) a la pintura holandesa del siglo XVII.
Si por algo ha pasado Rembrandt a la historia es precisamente por revolucionar las reglas del arte de aquella época. Fue un auténtico explorador de las técnicas artísticas, no siguió ninguna norma de sus predecesores ni de otros maestros y dedicó toda la década a sentar las bases de su trabajo posterior, el que hoy se ve en los museos.
La puerta del éxito se abrió con la visita a Rembrandt del poeta clásico del Siglo de Oro Constantijn Huygens, quien quedó hipnotizado al ver «El arrepentimiento de Judas» (1629). El escritor la consideró «la mejor obra del mundo», a la que siguió la magistral «Cristo en Emaús» (1629), que se recuerda por su radical contraste entre luz y oscuridad.
El poeta habló a unos cuantos del arte oculto de Rembrandt y, gracias a ello, el estatúder Federico Enrique de Orange-Nassau encargó varias piezas al entonces desconocido artista, lo que incluyó «El rapto de Proserpina» (1630-31) y «El secuestro de Europa» (1632), prestadas por el Museo Staatlichen de Berlín y el Museo Getty, respectivamente.
Esto hizo que Rembrandt hiciera las maletas y fuera hacia Ámsterdam para poner en marcha un taller en la residencia del marchante de arte Hendrick van Uylenburgh, donde elaboró el impresionante «Retrato de una mujer de 83 años» (1634).
El joven Rembrandt cerró su década de experimentos al abrir su taller independiente en Breestraat, en la capital holandesa, y casarse en 1934 con Saskia van Uylenburgh. Se despidió de su etapa de juventud con un autorretrato con gorra emplumada, en la que resaltaba la confianza que tenía en un futuro envidiable como artista histórico.
Además del trabajo de Rembrandt, hay 20 piezas de antiguos amigos del artista, incluidos Jan Lievens, Pieter Lastman y Jacob van Swanenburg.
Las obras fueron recopiladas de diferentes museos y coleccionistas de todo el mundo, «un trabajo que tomó años lograr porque es la primera vez que se muestran tantas piezas del joven Rembrandt», según Vogelaar.
Por Imane Rachidi