Nueva York, 3 oct (EFEUSA).- El hall de la infancia y el amor del dormitorio, donde parece que los sueños se han cumplido, dan paso a los reproches de la sala de la lavadora, el control obsesivo y la violencia, que convierten las casas de víctimas de malos tratos en un laberinto del que muchas veces no hay puerta por donde escapar.
Este es el proyecto «Ponerse en la piel de otra», una gran instalación creada y dirigida por la artista Annie Saunders, que ha construido una réplica de una vivienda unifamiliar norteamericana en mitad del edificio Oculus en el World Trade Center de Nueva York.
A través de sus habitaciones, fragmentos de conversaciones, canciones y sonidos, el visitante es invitado a adentrarse en las experiencias de mujeres que han sufrido violencia y cuyas vidas, igual que la casa levantada por Saunders, pasaron del idilio a una pesadilla recurrente.
«Se trata de construir una casa para concienciar (sobre los malos tratos) pero particularmente responde a la pregunta de por qué no simplemente te vas, que es una cuestión que la gente se plantea en los casos de violencia doméstica», cuenta Saunders a Efe.
Desde el exterior parece una «casa normal», pero en el interior esta normalidad se va transformando en «un laberinto, para dar una especia de experiencia física al público sobre la gran dificultad de encontrar una salida» en este tipo de situaciones.
«Hemos creado una casa que comienza con una serie de habitaciones y cuando se avanza hay algunas amenazas sorprendentes como puertas que se cierran y algunas no tienen pomos, no hay manera de ir hacia atrás», explica.
El proyecto ha sido lanzado por la Coalición Nacional Contra la Violencia Doméstica y el Banco Santander, cuya portavoz, Maria Veltre, explica a Efe que se quiere destacar cómo la dependencia y el abuso financiero es la principal razón por la que las mujeres no pueden escapar de las relaciones tóxicas.
«Con la ONG que colaboramos descubrimos que el 99 por ciento de las personas vinculadas a relaciones de violencia se quedan en ella por los abusos financieros. No es tan fácil huir», sostiene Veltre.
Por esta razón, durante este jueves y viernes los transeúntes que atraviesan el Óculus tendrán la oportunidad de sumergirse en esta experiencia.
Con unos audífonos se entra en el porche de la casa, mientras se oyen los ladridos de un perro, el paso de un coche por la carretera y una pregunta: «¿Por qué las mujeres no escapan?.
A través de un pasillo repleto de fotos de infancia y de familia, muchas donadas por mujeres que han sobrevivido a relaciones de abuso, se entra en un dormitorio con libros, entradas de espectáculos y joyas sobre un tocador mientras por los cascos se empieza a escuchar la canción «Can’t take my eyes of you» (No puedo apartar mi mirada de ti).
Con la melodía de fondo, arrancan los testimonios de mujeres maltratadas que recuerdan con entusiasmo los primeros momentos de sus relaciones.
«Yo era como una princesa», dice una voz; «Todo lo que quería se había vuelto realidad», dice otra mientras se escucha la canción: «Tu eres demasiado buena para ser realidad».
Pero poco a poco las frases van superponiéndose y dejan de ser entendibles, la música se para, la puerta de la habitación se cierra y un descubre que en la puerta no hay pomo para poder abrirla, tampoco ventana por donde escapar.
Desde un armario se da paso a la sala de la ropa, donde ahora se escucha el ritmo de un tambor de lavadora.
«Nada de lo que dices está bien», «Me decía lo horrible que era», «Me quitaba el teléfono», dicen diferentes voces de supervivientes antes de que una se pregunte «¿Cómo he acabado aquí?».
La intención a partir de este momento – cuenta Saunders – es que el visitante se sienta desorientado entre habitaciones grises sin decoración que podrían ser las salas de un hospital o de un museo y en una de las cuales está señalada la marca de un puñetazo.
En esta zona hay tres vitrinas, una con móviles, llaves, carteras y tarjetas de crédito – los objetos que los abusadores confiscan a las víctimas para privarlas de libertad e intentar que no les abandonen -.
Otra guarda un cuchillo, un mando a distancia, una raqueta o un libro – objetos cotidianos que se emplean en ocasiones para agredir a las parejas -.
Pero además, hay también un espacio para los aparatos que emplean las víctimas para registrar la violencia a la que son sometidas -como teléfonos móviles, cámaras o grabadoras-.
Entre estos expositores, las paredes están empapeladas con documentos policiales y judiciales, noticias de casos de violencia machista y bolsas de evidencias criminales.
La última habitación es como una sala de interrogatorio, donde quien sale puede ver al nuevo visitante entrar al laberinto través de un cristal, el mismo espejo que daba la bienvenida en el porche.
Y al concluir la experiencia, quien abandona la casa tiene la oportunidad de encontrarse en persona con algunas de las mujeres cuyas voces ha escuchado en su trayecto y que han logrado huir de sus relaciones tóxicas.