El Cairo.- El Líbano, un pequeño oasis anclado en el Mediterráneo al que durante años se consideró la Suiza de Oriente Medio donde la música y la luz no se apagaban, ha enmudecido tras la explosión que ha causado decenas de muertos y miles de heridos, en una especie de alegoría del final de una etapa de su historia.
Era el 17 de octubre de 2019 y, desde el centro de Beirut, salía una pequeña humareda visible desde todos los balcones de la capital.
La acompañaba un vocerío de un pueblo hastiado de la clase dirigente y que tornó rápidamente el ambiente en festivo, como acostumbraban a ver la vida los libaneses después de sufrir quince años de guerra civil
Aquella fue una fecha señalada para el Líbano en la que finalmente su población se unía contra un sistema sectario controlado por grupos confesionales, familias poderosas y una cultura clientelar.
Pero solo diez meses después ha cambiado la cara de Beirut, tal como se la conocía hasta ahora, y tal vez de todo el país: el 4 de agosto de 2020, más de un centenar de personas morían y miles resultaban heridas por la explosión de origen desconocido de un almacén que, según las primeras pesquisas, contenía 2.750 toneladas de nitrato de amonio sin custodiar.
UNA TRAGEDIA TRAS OTRA
Nabih Berri, portavoz del Parlamento libanés desde 1992, ya lo avisó el pasado noviembre: “El país es como un barco que se está hundiendo poco a poco”.
El desde diciembre primer ministro del Líbano, Hasan Diab, afirmaba ayer en una reunión del Gabinete de Gobierno que «es inaceptable que un cargamento con 2.750 toneladas de nitrato de amonio haya estado durante seis años en un almacén sin tomarse las medidas preventivas» correspondientes.
Hoy el diputado Osama Saad denunciaba que los libaneses, «después de la pobreza, el desempleo y el colapso de las instituciones, una vez más están experimentando la corrupción de sus dirigentes».
«La explosión fue aterradora, como el tamaño de su corrupción», dijo.
Y es que el país está en un callejón sin salida desde hace tiempo.
Para empezar, una parálisis política de dos meses tras la dimisión del histórico Saad Hariri resuelta con un jefe de Gobierno respaldado únicamente por el grupo chií libanés Hizbulá y sus aliados, rechazado por la mayoría de la comunidad internacional.
Una crisis económica sin precedentes que ha provocado que la moneda local, la libra libanesa, haya perdido su valor en más del 80 % este año y un dolar que se paga seis veces más en el mercado negro que en el seco mercado oficial.
GRAN PARTE DE LA POBLACIÓN, EN LA POBREZA
Un escenario que pasa por los ojos y la inacción del Banco Central libanés y el Gobierno, mientras que el Banco Mundial estima en que el 50 % de la población del país ya se encuentra bajo el umbral de la pobreza, después de que los precios de los productos básicos de la cesta de la compra se hayan duplicado.
El Líbano tiene una ayuda económica bloqueada de 11.000 millones de dólares de CEDRE, la conferencia celebrada en París en 2018 en la que los donantes internacionales comprometieron esa cantidad a cambio de una serie de reformas estructurales que no se han cumplido hasta el momento.
Unas reformas que pide también el Fondo Monetario Internacional (FMI) en unas negociaciones estancadas desde mayo en las que el Gobierno busca asegurar más de 10.000 millones de dólares, una divisa que iba de mano en mano en el Líbano y que ahora ni los bancos reparten.
A esta tormenta, se ha añadido la crisis por la pandemia de coronavirus.
Un temprano y estricto confinamiento contuvo un incremento masivo de casos, aunque desde principios de julio ha cambiado el escenario al aumentar las infecciones a niveles no vistos desde que se detectó el primer positivo de la COVID-19 el pasado 21 de febrero.
Pese a que el lujo brillaba por muchas de las esquinas del centro de Beirut, el refugio y escapatoria de muchos nacionales árabes y residentes en el golfo Pérsico y la región de Oriente Medio, la capital ha visto desde julio cómo los cortes de luz aumentaban por la falta de combustible, dejando, al acabar el día, una noche fantasmagórica en la ciudad. Una oscuridad que permanecerá.