México, 8 dic (EFE).- La falta de casta y fuerza del ganado del hierro de Xajay marcó la sexta corrida de la Temporada Grande en la Plaza México. El español Paco Ureña no pudo continuar su racha de triunfos en la capital mexicana, al enfrentarse a los dos peores toros de la tarde, ambos mansos y muy escasos de fuerza.
El francés Sebastián Castella y los mexicanos Octavio García «El Payo» y André Lagravere «El Galo» tampoco cortaron apéndices. «El Galo», que confirmaba alternativa, dio una vuelta al ruedo tras matar al que cerraba plaza. Se registró un cuarto de entrada en el coso de Ciudad de México.
La presencia de Ureña, triunfador absoluto de la temporada europea, no convocó a gran número de aficionados. Aun así el español mostró disposición en sus dos toros.
Al primero, muy protestado al salir «anovillado», lo toreó sin mover la zapatilla en tandas cortas y muy ceñidas, citando siempre de frente.
La falta de movilidad y casta del animal deslucieron la propuesta del torero, que citó siempre muy cruzado mostrándose firme, con mucha claridad respecto al sitio que exigía el de Xajay. Mató de gran estocada que no necesitó puntilla.
Si su primer rival ofrecía escaso juego, peor fue el sexto de la tarde, un manso parado al que Ureña empezó citando con estatuarios ajustados. La labor de muleta más ortodoxa resultaba imposible por la falta de desplazamiento del astado.
Sin embargo, de tanto obligar al bovino, el torero logró sacar una tanda de tres pases. Tras esta, Ureña optó por un toreo de pases sueltos y adornos tremendistas para poner la alegría que la falta de casta del toro no facilitaba.
A pesar de los dos avisos que recibió y los fallos con el descabello, saludó desde el tercio entre los aplausos de los presentes.
También saludó al final de su primer toro Sebastián Castella. El francés tuvo en suerte un noblote que, al igual que el resto de la corrida, se iba al suelo con facilidad. Lo toreó en series poco ceñidas aunque ligadas.
Salvo algún pase suelto, la faena fue monótona y muy larga, repitiendo una y otra vez la misma tanda de tres o cuatro derechazos con remate.
Ante un toro muy blando Castella hizo alardes innecesarios de valor, como tirar la muleta desafiante en el morro del toro. Erró con los aceros y perdió la oreja. El juez de plaza dictaminó arrastre lento para el toro. La protesta de la plaza fue sonada pues el toro demostró poca casta y menos vigor.
Con su segundo nada pudo hacer pues apenas embestía.
Otro noble y dócil fue el primer toro de Octavio García. El mexicano ejecutó alguna buena tanda con la muleta sin acero, pero su faena, aunque ligada en la primera fase de muleta, fue imprecisa sin lograr terminar los pases completos por la falta de distancia dada al animal y por estar más pendiente de templar que de mandar.
Gustaron al público sus circulares finales de espaldas y de frente, pero falló con el estoque y descabello. Tras aviso el toro cayó y «El Payo» saludó a los tendidos recibiendo aplausos.
El séptimo de la tarde era otro manso, pero con nervio. García se mostró muy inseguro y nervioso. Renunció a intentar meter en la muleta a la res.
El confirmante André Lagravere toreó en todo momento dando muchos pasos entre pase y pase, citando con el pico de la muleta y realizando figuras bailadas entre las dispersas tandas. Con el que cerró plaza mató de buena estocada y el público pidió la oreja. El juez con buen criterio no se la otorgó.
Las protestas por la mala presentación y mal juego de los toros fueron continuas. El largo festejo conllevó a deserciones del público desde el sexto toro.
Aficionados, por otro lado, afortunados de contemplar la gran vara del picador Daniel Morales. Memorable el gesto de Morales, que con el toro encunado, sujeto con la puya, le birló la divisa del lomo con la mano. Sin duda se trata de un varilarguero de época.