Mientras un grupo de excéntricos estadounidenses, militantes de causas tan dispares como la oposición a los cultivos modificados, que pueden terminar con el hambre en el mundo, o de la oposición a que los niños reciban vacunas, siguen con su demencial campaña que atribuye la pandemia a la tecnología 5G que, según su frenética versión, es la causa de la expansión del Covid-19, lo que no explica cómo la pandemia avanza en países que, como el nuestro, no han aprobado sino la exploración de esta nueva tecnología de telecomunicaciones, que está impulsada por la firma china Huawei.
Por eso no es de extrañar que aquí los haya que sigan afirmando que la pandemia no es más que un mito, un mito en el que se descree hasta que alguien cercano queda contagiado o, como ha pasado ya en varios casos, causa la muerte del que la contrae y este resulta un familiar o el mismo negacionista.
Es aquí donde hay que recordar que si bien la postura de negar la existencia de la pandemia nunca fue oficial, desde Palacio se emitieron mensajes contradictorios que postulaban que los mexicanos éramos poco menos que inmunes al coronavirus, que había que salir y abrazarse, en tanto que no existe todavía una directiva oficial para hacer obligatorio el uso de cubrebocas de manera generalizada.
Apenas ayer el director de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos, Robert R. Redfield, aseguró a una revista médica especializada que el uso universal de estas protecciones permitiría controlar la pandemia ‘en todo el mundo’ en sólo 8 semanas, lo que nos da una idea de qué tan mal se están haciendo las cosas en muchos países, incluido el nuestro, donde los jefes de Estado siguen negándose, por razones que sólo se explican por la tozudez, a aparecer con estas mascarillas en sus eventos públicos.
Ese mismo día, anteayer, llegaron noticias esperanzadoras respecto a dos de las veintitrés vacunas experimentales que están siendo probadas, la que fabrica la Universidad de Oxford y otra que se produce en laboratorios rusos, que mostraron en los primeros ensayos clínicos en humanos que mientras crean anticuerpos, producen mínimos efectos secundarios sobre los vacunados, lo que nos acerca a la posibilidad de que una sustancia inmunizadora sea aprobada, fabricada y aplicada por millones.
Sin embargo, los encargados de desarrollar estas sustancias advierten que faltan ensayos y que el proceso para llegar a una vacuna universal es todavía largo, de tal manera que nadie puede esperar que estas estén disponibles en una semanas, lo que nos deja ante la única protección posible, la del cubrebocas, la higiene continuada y la distancia social, a menos de que sigamos pensando que los millones de infectados, casi 15 millones ya en el planeta, y los 600 mil y pico de muertos son un invento no sabemos de quién y con qué propósitos.