El Paso (EE.UU.), 17 ago (EFE).- En la ciudad fronteriza estadounidense de El Paso se sigue honrando a las víctimas del ataque racista contra latinos de hace dos semanas, como si cada una de ellas formara parte de una misma familia, bajo la persistente amenaza de la retórica del odio.
«Esto puede volver a pasar porque no se está reconociendo que lo que lo provocó son las armas, dentro de un discurso de odio antimigrante alentado por un presidente de Estados Unidos», afirmó a Efe el psicólogo forense y criminólogo Óscar Máynez.
«En todos los países del mundo hay problemas de salud mental y videojuegos, pero esto no ocurre. Estas masacres pasan por las armas, por el acceso que se tiene sin un control de armas de todo tipo», añadió.
Para el experto, lo que hace a El Paso una de las ciudades más seguras de Estados Unidos es tener una población 85 % latina, justamente lo que llevó al joven supremacista blanco Patrick Crusius a viajar nueve horas en carretera para disparar contra quienes se encontraban en un Walmart donde los principales clientes son mexicanos.
«Lo que previene las disfuncionalidades, en un país donde existe el Estado de Derecho, es la cultura hispana más centrada en la familia, en estar pendiente de los hijos, del vecino, y el ser una ciudad de inmigrantes que vienen a trabajar duro y son agradecidos con las oportunidades que les ofrece Estados Unidos», destaca.
En el centro comercial Cielo Vista, donde el 3 de agosto fueron asesinadas 22 personas y heridas otras 24 por tener apariencia latina, los residentes llevaron espontáneamente desde el mismo día de la matanza flores, globos, banderas de Estados Unidos, México y Texas, y letreros con mensajes contra el racismo.
La gente acude cotidianamente al lugar, donde las flores frescas conviven con las marchitas por el sol del desierto junto en unas vallas detrás del estacionamiento del centro comercial.
Hay quienes realizan las danzas ancestrales de los matachines, cantan con un mariachi las canciones del compositor mexicano Juan Gabriel, lloran por quienes conocieron cuando ya estaban muertos o acuden a orar y dejar sus mensajes.
«Mi sobrino iba a la escuela con uno de los muchachos asesinados; pienso que le pudo haber tocado a él. Todos estamos ahora en peligro por ser de mexicanos», dice a Efe Mary Gutiérrez, cargando como ofrenda un oso de peluche que fue de sus hijos que están en el Ejército.
La solidaridad genuina de los habitantes de El Paso con los miles de migrantes que buscan asilo en Estados Unidos, pese a ser una ciudad con pocos recursos, no ha sido bien recibida por los que siguen la retórica del presidente Donald Trump, que tilda a los inmigrantes de «criminales» y «violadores».
Los antimigrantes de todo el país iniciaron una campaña reunidos en el grupo «We Build the Wall» (Nosotros Construimos el Muro) para recaudar fondos en internet y construir un muro fronterizo en tierras privadas.
En este muro privado, que mira a Ciudad Juárez (México), se celebró dos semanas antes de la matanza una conferencia a la que asistió el hijo homónimo del presidente Trump, en la que se hicieron eco de las mismas palabras del mandatario y con las que el asesino justificaría en un manifiesto sus acciones.
Para Fernando García, director de la Red Fronteriza por los Derechos Humanos (BNHR, por sus siglas en inglés), El Paso está ahora en una transición del luto a la reflexión y la acción.
«Sigue siendo una herida abierta. Fue un ataque a lo que El Paso representa y la comunidad se está preguntando por qué sucedió. No todo esto fue responsabilidad de los terroristas racistas; tuvo que ver con el clima de odio y racismo», dijo.
En todo este dolor y tragedia ha surgido con fuerza lo mejor del espíritu de El Paso.
«La ciudad está más fuerte y más unida para rechazar el racismo y la xenofobia. Se siente además que ha resurgido el orgullo de ser de origen mexicano», destaca el antropólogo Josiah Heyman, director del Centro de Estudios Fronterizos e Interamericanos de la Universidad de Texas en El Paso (UTEP).
Al cruzar uno de los puentes fronterizos desde Ciudad Juárez (México) hacia El Paso, lo primero que se divisa ahora son letreros con el lema «El Paso Strong» (El Paso Fuerte) en autobuses, tiendas, camisetas y pulseras. Es el lema que comenzó a utilizar la Fundación de El Paso para vender productos y ayudar a las víctimas de la masacre, y se ha convertido también en un escudo de protección.
«Cuando lees que alguien lleva la frase, te sientes más segura, te das cuenta de que la gente está contigo, ocupando toda su creatividad para parar este odio racista y que se logren reformas para detener estos ataques», dice Gabriela Castañeda, una de las 25 líderes que forman parte del proyecto piloto Movement Mujeres, para que latinas ocupen posiciones de Gobierno en Texas.
La matanza ha traumatizado a los tres hijos adolescentes de Castañeda, que ahora tienen miedo a hablar español en público.
«Se dicen que fueron 22 personas las víctimas, pero todos lo somos. Cualquiera de nosotros podemos morir por ser hispanos. Lo bueno es que en lugar de desunirnos, hizo todo lo contrario y tengo esperanzas de que se puedan controlar las armas y parar el odio antimigrante», afirma.