Dos ciudades europeas se convirtieron el fin de semana en una plataforma política semiótica. Roma y Glasgow, sedes de las cumbres del G-20 y la COP-26, con enormes arterias comunicantes donde dos políticos aprovecharon los símbolos en forma de imágenes para enviar mensajes de poder al otro lado del Atlántico. Marcelo Ebrard y Felipe Calderón hicieron lo que hace décadas Algirdas Julien Greimas, el lingüista lituano, escribió sobre la piedra: “La principal virtud del poder es la de existir”. Los dos, con tácticas similares, utilizando el lenguaje de los signos, los estiraron al máximo para provocar reacciones que, por la tolvanera que provocaron, confirmaron su éxito.
Ebrard, secretario de Relaciones Exteriores, acudió a la cumbre del G-20 que reúne a las 20 principales economías del mundo, en representación del presidente Andrés Manuel López Obrador. Las declaraciones sobre sus gestiones épicas y lo que dijo logró en Roma, aunque magnificó los hechos -sus gestiones fueron irrelevantes- gracias a la desinformación y a lo limitado de la memoria histórica en México, no fueron tan poderosas, sin embargo, como las fotografías que se tomó con Joe Biden, Angela Merkel, Emmanuel Macron y Tedros Adhanom Ghebreyesus que preside la Organización Mundial de la Salud.
Las imágenes no pasaron desapercibidas en México. “Da pena ver a un secretario de Relaciones Exteriores correteando a jefes de Gobierno en los recesos del G-20 para tomarse una fotografía y exhibirla como si fueran reuniones de trabajo”, escribió en Twitter el embajador Agustín Gutiérrez Canet, tío político del presidente López Obrador, y crítico persistente del canciller. “Patética simulación mediática”, agregó. El objetivo se logró, cuando menos para Ebrard.
El espacio natural que le deja el Presidente lo ocupa sin problema. Si fue pura palabrería lo que dijo que hizo y consiguió es secundario y motivo sólo del análisis de quienes están interesados en los temas y se preocupan más por la sustancia que la imagen. Pero para efectos de su precandidatura presidencial, es más poderoso ver que estreche la mano de Biden y platique con Tedros, que observar a la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, sentada como adorno en un acto presidencial en Campeche, o realizando un video para difundirse en las redes mientras viajaba por carretera a Guanajuato para acudir al Festival Cervantino.
Se puede mirar, para comprender mejor el alcance de su tino mediático, que mientras Ebrard formaba parte -aunque en el asiento de atrás- del club de los líderes más poderosos del mundo, el presidente López Obrador se dedicaba a dar el parte rojo de la explosión de un gasoducto de Pemex en Puebla, resultado de una fallida guerra contra el huachicol. El glamour contra la muerte, imágenes en un esquema semiótico de la política, que es tanto como la luz y la sombra. Ebrard continuó en la conversación pública con sus fotografías, mientras el presidente tomaba los días de Todos los Santos y de Muertos como asueto, y Sheinbaum regresaba de tomas de posesión de gobernadoras que, a nivel nacional, a pocos importaron.
Calderón tuvo un día de campo. Ante el espacio vacío que le dejó López Obrador porque no quiso ir a la COP-26, donde más de 120 jefes de Estado y de Gobierno pronunciaron discursos, el ex-presidente, que es un militante del medio ambiente, utilizó las imágenes como contraste. Desde el salón plenario, donde se inauguró la cumbre climática y se discutió la agenda, subió fotografías a Twitter mostrando su activismo en ese mundo que incomoda y molesta a López Obrador, y continuó con una gráfica que se tomó con la canciller federal Merkel, de quien recordó visitó dos veces México, y con la ministra chilena del Medio Ambiente, Carolina Schmidt, que presidió la COP-25.
Su presencia, pero sobre todo su protagonismo en Glasgow, fue producto de un fuerte ataque en las redes sociales desde cuentas -muchas de ellas pero no las únicas-, asociadas con la oficina de propaganda de la Presidencia, que lo descalificaban y presentaban como un político liquidado que no tenía ninguna representación para haber sido invitado. Fueron disparos al aire. Calderón es miembro de la Junta Directiva del World Resources Institute, que trabaja con Gobiernos, empresas, instituciones multilaterales y en ONG en todo el mundo, presidente honorario de la Global Commission on the Economy and Climate, que integran varios ex-jefes de Estado que analizan los riesgos económicos dentro del cambio climático, y preside la Comisión de Medio Ambiente y Sustentabilidad de la Federación Internacional de Automovilismo, por lo que a nadie extrañe que esté en el Gran Premio de México el próximo domingo.
Los contrastes fueron enormes con López Obrador y su Gobierno. Su desdén -o quizás complejos- por los eventos internacionales dejaron libre el espacio para Ebrard, que machucó a Sheinbaum en la estrategia semiótica, y dejó a Calderón como un ambientalista en la línea que avanza todo el mundo, frente a un Presidente mexicano que quiere sentar el futuro mexicano sobre energías que están en proceso de extinción. Sin estar directamente asociado con esas imágenes, se suma al imaginario la delegación mexicana de bajo perfil encabezada por María Luisa Albores, secretaria del Medio Ambiente, mientras que la secretaria Ejecutiva en la Convención Marco de la ONU sobre Cambio Climático, el corazón de la COP-26, es Patricia Espinosa, canciller de Calderón.
Es un misterio que López Obrador, un maestro en la semiótica como lo demuestra en las mañanas en Palacio Nacional, no anticipara lo que podía suceder. No es que fuera a Europa y saliera de su zona de confort, sino que manejara mejor sus fichas. Por ejemplo, repartir el protagonismo en Roma con el secretario de Hacienda, o enviar como cabeza de la delegación mexicana a Glasgow a su candidata designada Sheinbaum. No se puede alegar que fue por posicionamiento político -los autócratas más conspicuos del mundo también faltaron a la COP-26 y al G-20-, sino quizás por soberbia, o resultado de su visión aldeana y ensimismada.