En su habitual tono de campaña perpetua, AMLO dice en el segundo de los cortes propagandísticos previos a su segundo informe que cuenta con el 70 por ciento de los mexicanos que le respaldan, una proporción menor al 77 por cien de respaldo que tenía al comenzar su Administración, pero muy por encima de la que muestran las últimas encuestas que van del rango de los 52 y 53 puntos porcentuales (GEA, El Universal) hasta los 58 puntos que le otorga la encuesta de El Financiero.
El desglose de estas encuestas es elocuente pues ya son mayoría los que le censuran por su manejo de la pandemia, la estrategia de seguridad o la falta de ésta, el manejo de la economía, aunque los puntos a su favor siguen por encima del 50 por ciento gracias a la percepción de muchos, hablemos de la mitad de los mexicanos, que siguen viendo en su figura a la de un hombre honesto y siguen creyéndole que va en serio en su combate contra la corrupción.
Lo cierto es que los que le creen, que no son pocos, comparten con él ese profundo elemento emocional que impide que los hechos cambien los pareceres, lo que quedó demostrado con el nulo efecto contrario del video que muestra nada menos que a su hermano recibiendo dinero en efectivo para apoyar campañas de MORENA, y los muchos puntos positivos que cosechó con su nuevo amago de una consulta para juzgar a los ex-presidentes.
En este contexto la racionalidad de la teoría y el análisis político sirve muy poco, pues para muchos AMLO más que el presidente es la representación de profundos sentimientos y los suyos le ven como el líder carismático, lo que nos debe retraer a los estudios de la fascinación que los líderes fascistas de hace cien años causaba sobre las masas.
Así las cosas, AMLO en sus resentimientos destructores no es sino la expresión de un pueblo resentido, un pueblo que no se siente incómodo en ese desplazamiento psicológico del que culpa siempre a los otros de sus errores, un jefe tribal que es a la vez líder y emblema, o una especie de héroe trágico que es golpeado ya por los malos -siempre los otros- o por las fuerzas del destino. ‘tan bien que íbamos’.
Uno de los problemas de fondo para los que intentan caracterizar al presidente es que este debe creer sinceramente que siete de cada diez mexicanos le apoya, lo que no hace sino de mecanismo de refuerzo psicológico a su manera de gobernar, pues, ajeno a la realidad factual como está, está convencido de que es inmune al yerro y que encarna la voluntad popular.
Vimos cómo en el sexenio pasado a Peña Nieto lo aislaron los integrantes de su círculo íntimo que no supo ver cómo acumulaba, conforme avanzaba su Gobierno, el repudio popular, hasta que fue convencido de que asuntos como el de la Casa Blanca, Ayutla, o los ‘gasolinazos’ no iban a ganarle la censura colectiva, lo que tuvo no poco que ver con el arrollador triunfo del tabasqueño en los comicios presidenciales de hace dos años.
Por el contrario AMLO llegó a las elecciones y a la Presidencia ya aislado de cualquier realidad que no fuera de la forma justa de sus ideas preconcebidas, lo que le aisla del mundo y de la realidad, por lo que los datos sobre economía, saldos de la pandemia, la corrupción de los suyos o la inseguridad no son sino argumentos sin sustento para atacarle, lo que explica su poca tolerancia a la crítica y la disensión, pues él siente sinceramente que está siendo injustamente atacado.