Aguascalientes.- No tan furtivamente, la hora del recreo congrega a una veintena de mujeres, madres de familia, junto a las rejas de la escuela primaria Isidro Castillo Pérez, en la colonia José López Portillo; la charla de esas madres con sus hijos queda opacada con el griterío que llega del interior del plantel, en una de las zonas más deprimidas de la capital, pues es la hora del recreo; los menores se acercan, cruzan alguna palabra con sus madres y reciben los pequeños paquetes que ellas les entregan, para alejarse hacia donde se desarrollan los juegos de sus compañeros.
Eréndira, una mujer de tez clara, joven aún, acaba de entregarle un paquete de galletas a su pequeña cuya silueta se pierde ya entre la de un corro de niñas; nos cuenta que cuando puede le trae a Jessica, su pequeña que cursa el tercer grado, un bolillo con algún guisado de relleno y cuando no un bollo industrial, unas galletas o cualquier cosa que pueda comprar. “Yo tengo mucho sin trabajo –nos dice-, y sólo algunas veces puedo darle a la niña unas monedas para que desayune algo en el recreo”.
En la lejanía se ve a una pequeña tropa de niños que rodean la estructura blanca de la tiendita, donde los más pueden pagarse alguna fritura, un paquete con bollería industrializada y alguna gaseosa, que es lo más barato que allí les venden, sobre todo frituras de maíz, pues los que pueden pagarse una torta o una tostada con una casi invisible rebanada de jamón son pocos.
No destacan mucho los niños obesos, aunque es evidente que aún en este sector pauperizado muchos de ellos presentan sobrepeso y son parte de esos 4 millones de escolares que en México, sobre todo en las zonas urbanas y en el centro y norte del país (Según los últimos datos de la UNICEF), que padecen algún grado de obesidad.
Según estos mismos datos nuestro país es el primero en el mundo con problemas de obesidad, al elevarse la ingesta de calorías, pero especialmente de calorías de bajo valor nutritivo, un registro corroborado por la reciente Encuesta de Salud y Nutrición de la Secretaría de Salud, que revela que 4 de cada diez niños mexicanos sufren de obesidad y están en riesgo de contraer los numerosos males asociados a lo que ya se considera una enfermedad.
Más tarde, en otro rumbo, estos en el Barrio de Guadalupe, se llega la hora de dejar la escuela, con el tráfico que se hace denso y el griterío de los pequeños que salen en tropel de la primaria Salvador Gómez Farías, para encontrarse con sus padres, pero también con media decena de puestos: golosinas, bolsas de fritanga, raspados de hielo y un puesto de frutas, el de los menos socorridos por los pequeños y sus madres.
Los niños se congregan alrededor y son pocos los padres que se resisten a cumplirles el capricho; “ya tienen toda la mañana en clases”, nos dice Laura, mientras paga un chocolate que su pequeño, un niño rollizo de unos once años, se apresura a despojar de la envoltura y a mordisquear con avidez.
Y es que es en casa donde se adquieren estos hábitos, que luego se extienden en la escuela, donde la oferta para hacer un refrigerio de media mañana o para comer algo al salir de clases, a la una de la tarde, incluye pocos, o ninguno, productos con un valor nutricional, en un país donde se combinan dos condiciones extremas y opuestas, la de menores con sobrepeso o con diversos grados de obesidad y desnutrición crónica, que afecta a nuestro país a uno de cada ocho menores, según los mismos datos de la UNICEF, en consonancia con los de la Secretaría de Salud y las autoridades sanitarias locales.