México, 13 feb (EFE).- Como si fuera un conjuro, el mesero Guillermo Corona le roba una estrofa a Joaquín Sabina, repite que el cura que ha de darle al poeta la extremaunción no es todavía monaguillo y ensaya cómo lo recibirá cuando el hombre regrese al salón Tenampa y él le sirva el próximo tequila.
«Supe en las noticias que lo operaron, pero Joaquín está hecho de la vieja leña que no se raja. Volveré a atender su mesa y le diré: bienvenido maestro», asegura en entrevista a Efe Corona, quien resume el optimismo que reina en México tras la hospitalización del «genio de Úbeda» luego una caída en Madrid este miércoles.
Corona se sabe las canciones de Sabina, colecciona sus discos y presume haberse encontrado seis veces con el cantautor, la primera vez hace 30 años cuando comió en su mesa en la Universidad de las Américas en Puebla, en el centro del país.
«Después vine a trabajar al Tenampa y lo he atendido en cuatro ocasiones. Es ese tipo de cliente que te llama por tu nombre. Es el español más mexicano que existe y a mis 56 años me gusta tenerlo presente con la canción ‘Cuando era más joven'», confiesa.
Este jueves la cantina donde Sabina solía tomar tequila con Chavela Vargas ha tenido un día normal. Los adoradores de Joaquín no arman drama; asumen su convalecencia con la tranquilidad de quien espera el regreso de un amigo recuperado de un catarro.
«Gracias a Dios, estás de nuevo aquí», adelanta el mesero Ricardo Flores que le va a decir cuando lo vuelva a ver en su próxima visita a la cantina fundada en el año 1925.
A un costado de la emblemática plaza Garibaldi, el Tenampa es uno de los templos sabineros en América Latina. Una pared está vestida con una pintura de Chavela Vargas, otra con la figura de José Alfredo Jiménez y al centro aparece Sabina con un cigarro junto a otros desobedientes, la pintora Frida Khalo y el cineasta Pedro Almodovar, entre ellos.
Sabina cayó al vacío este miércoles en el día de su cumpleaños, se lastimó el hombro y horas después libró con éxito a una intervención por un pequeño coágulo en el cráneo tras la que permanece estable, según los médicos.
El Tenampa, esa especie de altar de la música de mariachis, donde Sabina ha trasnochado decenas de veces, ha tenido un día normal, con sus luces encendidas. En una esquina un hombre le paga a los mariachis para que le cante a su novia de ojos verdes y más al sur un par de amigos brindan quién sabe qué con tequila Azul.
Es un día normal porque más que formar drama por el percance, los mexicanos creen que la alegría y el desparpajo del poeta es un seguro para su salud. Más que de su cirugía, hablan de sus joyas.
«Yo tengo 250 canciones favoritas de Sabina, es una lucecita en el camino. Es el culpable de nuestras borracheras, nuestros amores y nuestros desvelos. Todas las noches me acuesto con él y en la mañana me despierta», cuenta a Efe la doctora Eugenia Gómez de Querétaro, erudita de la obra del español.
México es como un personaje de la película de Joaquín Sabina. El autor español reconoce que en sus canciones está el espíritu y el gen mexicano y en el país coleccionó amigos como los novelistas Gabriel García Márquez y el poeta Juan Gelman, entre cientos.
A México se escapaba Sabina cuando vivía a escondidas un romance con una peruana de pelo largo llamada Jimena Coronado, quien fue su novia durante 25 años hasta que hace unos meses la llevó al altar.
En México ha cantado, ha bebido y ha disertado sobre su verdadero vicio, la literatura, que ahora se antoja como la materia ideal para imaginarlo como un personaje de ficción que se inventó unos días en cama para aumentar su aureola de santo de la poesía en idioma español y así enriquecer su leyenda.
«Esto de su salud se convertirá en una más de sus historias para ser contada en alguna canción», asegura Alfonso Lobo, quien dice saberse de memoria más de 100 canciones de Joaquín, aunque prefiere «Peces de ciudad».
Es aquella que menciona a Cómala, el pueblo mágico de Juan Rulfo del más grande escritor mexicano. Sabina inventa que allí comprendió que al lugar donde uno ha sido feliz no debiera tratar de volver.
Es una frase bonita de canción, pero que en el caso de México ni el mismo poeta se cree. Lo saben los meseros del Tenampa.
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