México, 22 may (EFE).- Después de comprobar que en el boxeo primero se van los reflejos, luego la velocidad y los amigos, el excampeón mundial Carlos Zárate celebrará este sábado su cumpleaños 69 agradecido por haber realizado un viaje de vuelta del infierno.
«Nadie imagina lo que sufrí, pero me levanté. A los casi 70 años estoy vigente para muchas personas, tengo una familia y amigos que me quieren», reveló en entrevista a Efe Zárate, quien lleva 15 años recuperado de adicciones.
Formado en la mejor academia, la de la calle, el peleador nació en el barrio bravo de Tepito, en la capital mexicana. A los dos años se mudó de colonia y pronto comprobó su talento para ganar los pleitos que él mismo provocaba contra chicos de la escuela.
Un escalón cada vez, subió los peldaños hacia la gloria, primero en funciones populares, luego en los campeonatos «Guantes de oro» hasta que ganó 33 peleas seguidas como aficionado y en febrero de 1970 debutó en el profesionalismo.
«Nací con un talento que se completó en el gimnasio. Nunca le fallé a mi deporte mientras estuve en él», asegura.
Con una pegada casi animal, técnica limpia, movimientos flexibles de cintura y cuello y carácter, Zárate dio clases en el cuadrilátero acerca del manejo exacto del ‘jab’ hasta que en su pelea número 40 se hizo del título mundial.
El 8 de agosto de 1976, en California, le abrió una ceja a su compatriota Rodolfo Martínez y lo venció por nocaut para ganar la faja del Consejo Mundial de Boxeo.»Fue uno de los buenos de la época de oro de los pesos gallos, pero yo estaba bien preparado. Me había aislado en el estado de Guerrero donde me entrené duro», recuerda.
A partir de entonces Zárate se convirtió en leyenda y llegó a ser el mejor boxeador libra por libra del mundo, capaz de ganar 23 peleas seguidas por la vía rápida y luego de un triunfo por decisión, hilvanar otros 28 combates decididos a su favor con un golpe para llegar a 52 victorias consecutivas.
Una de ellas fue en la pelea 46, en la que derrotó a Alfonso Zamora en un combate celebrado en California que paralizó a México por tratarse de un combate entre los dos pesos gallos del momento, campeones mundiales de organizaciones diferentes.
El primer revés fue ante el puertorriqueño Wilfredo Gómez en una pelea que no debió asumir en 1978 por el cetro súper gallo del CMB; el segundo llegó ocho meses después, ante Guadalupe Pintor.
«Contra Gómez subí con gripe y el cuerpo cortado; no sé cómo me dejaron pelear así», se pregunta Zárate al referirse al pleito celebrado San Juan, donde se desvaneció su fama de invencible.
En junio de 1979, en Las Vegas, Pintor le arrebató la faja de los gallos en una riña que según parte de la prensa de la época debió haber terminado en favor de Zárate. «No digo que me la robaron. La acabo de volver a ver; si no gané, un empate hubiera sido justo y yo hubiera seguido de campeón.», asegura.
Esa pelea fue el antes y después. Hastiado, abandonó el boxeo y aunque regresó luego de seis años, ya no fue el mismo.
Sin reflejos, lento, perdió su última pelea contra Daniel Zaragoza en febrero de 1988, sin embargo, aún le quedaba su mejor combate. Con dinero y fama, se juntó con compañías que lo llevaron al mundo de la dulce vida y las adicciones.
En 2005, a los 54 años, Carlos Zárate tomó su decisión más valiente. Se internó en una clínica para curar las adicciones. Aquel que había derrotado a los más duros rivales, sintió que perdía el combate de su vida, no aguantaba mareos, escalofríos y depresiones.
«El primer día me quería salir, al tercer día lo mismo. El padrino de la clínica me habló de la esperanza que tenía mi familia en que yo saliera adelante. Solo así resistí», confiesa.
Seis meses después fue declarado limpio. Entonces se hizo entrenador de jóvenes y comenzó un viaje de vuelta que celebra cada cumpleaños.
«Siempre hacemos fiesta, este sábado no, por la pandemia, pero eso no cambia mi felicidad», asegura con la paz de un hombre sin reflejos ni velocidad pero que recuperó los amigos, la familia y el sentido de la vida.