«Este informe, por su misma amplitud, se defiende del peligro de ser leído».
WINSTON CHURCHILL
Uno pensaría que es difícil que un Presidente que da informes todos los días pueda ofrecer un informe de Gobierno realmente significativo. Pero esto es lo que tratará de hacer hoy el presidente Andrés Manuel López Obrador.
En los tiempos del viejo PRI, que tanto añora el actual mandatario, el 1o. de septiembre era el día del Presidente. Desde muy temprano los medios enfocaban toda su programación en el mandatario. Mostraban a la familia presidencial desayunando en Los Pinos, expresando sus sentimientos patrióticos mientras el Presidente se ponía la banda presidencial y emprendía el viaje a la sede del Congreso a pronunciar un discurso que sería interrumpido decenas de veces con aplausos. Al final venía el «besamanos», en el que la clase política desfilaba para ofrecer al Presidente sus saludos y felicitaciones.
Las cosas fueron cambiando conforme empezamos a vivir en una democracia. Porfirio Muñoz Ledo fue el primer legislador que interpeló a un presidente, Miguel de la Madrid, en 1988. Las protestas de los legisladores de la oposición se multiplicaron en los informes de Carlos Salinas de Gortari, quien respondió que «Ni los veo ni los oigo». Marco Rascón se puso una máscara de cerdo para burlarse de Ernesto Zedillo en 1996. A Vicente Fox los diputados del PRD no lo dejaron entrar al Palacio Legislativo en 2006, mientras que a Felipe Calderón sí lo dejaron entrar, pero no le permitieron hablar en 2007. Calderón optó por mudar sus discursos «con motivo del informe» a otras sedes, particularmente a Palacio Nacional, y ahí los mantuvo Enrique Peña Nieto.
López Obrador ha optado por otra ruta y ha multiplicado sus informes. No sólo ha convertido sus mañaneras en informes cotidianos, sino que ha dado muchos otros con cualquier excusa. Ha sido tan nutridos, que ya es difícil saber cuál es el número del informe de hoy. Uno pensaría que esta saturación quitaría lustre a la ceremonia, pero las encuestas nos dicen otra cosa. López Obrador sigue siendo un presidente sumamente popular.
Todos los Presidentes han sido triunfalistas en sus informes. López Obrador, aunque constantemente dice que «No somos iguales», lo ha sido tanto o más que sus predecesores. Todavía ayer afirmó que su Gobierno ha atendido de forma acertada tanto la emergencia sanitaria como la crisis económica. Las organizaciones oficiales encargadas de recabar información, sin embargo, tienen otros datos.
México ha tenido uno de los peores desempeños del mundo en sus estrategias contra la pandemia. Si bien se entiende la decisión de no violar derechos individuales para imponer un confinamiento forzoso, la falta de pruebas y la resistencia al uso de mascarillas han tenido un costo muy elevado en contagios y muertes. La economía mexicana está enfrentando también una de las caídas más dramáticas del planeta, sólo que al contrario del resto de los países nuestra crisis no empezó con la pandemia, sino que fue provocada por decisiones del Gobierno que golpearon la inversión productiva desde mucho antes. Si bien se ha desacelerado el crecimiento de los homicidios dolosos, en los siete primeros meses de 2020 se registraron 17,016. Vamos así en camino de rebasar la cifra récord de 29,450 de 2019.
Este Gobierno debería estar replanteando sus estrategias, pero no hay señales de que el Presidente se dé cuenta siquiera de que es necesario. Para él, vamos bien, requetebién. Y quienes piensan lo contrario son corruptos conservadores neoliberales.
COMPRAR DIPUTADOS
Los electores no conocen a los candidatos a diputados, votan por el partido. Cuando llegan a la Cámara, sin embargo, los legisladores venden sus curules al mejor postor. Lo hemos visto con la rebatinga entre el PRI y el PRD por presidir la mesa directiva. El arma principal ha sido la compra de diputados.