Corría el ya lejano diciembre del 2006, cuando el presidente Felipe Calderón, con unas semanas en el cargo, decidió lanzar el grito de guerra que inició la ola de violencia que se prolonga hasta nuestros días, con aquel Operativo Michoacán, en que se ordenó el despliegue de fuerzas federales y militares en su Estado natal, donde hoy mismo los efectos de dicha intervención se pueden asumir como nulos, pues si el ex-mandatario presumía unos meses después de que se había logrado ‘detener el crimen organizado’ en ese territorio, ahí están sus sufridos habitantes para desmentirlo, transcurridos 14 años de esa decisión.
Dado a los alardes, Calderón sería visitante frecuente de su Estado de nacimiento, como lo haría también en otras zonas consideradas de alta peligrosidad, tal el caso de Ciudad Juárez, que en aquellos años de plomo llegó a ser considerada la ciudad más violenta del planeta, aunque hay que consignar que para esas visitas, como para cualquier desplazamiento en zonas ‘calientes’ el ex-panista se hacía acompañar de enormes contingentes de sus equipos de seguridad, incluido por supuesto el ya desaparecido Estado Mayor Presidencial.
Recordamos esto ahora que AMLO ha decidido viajar, a partir de mañana, a tres de los territorios hoy más violentos del país, Guanajuato, el Estado más peligroso de México bajo la Administración del tabasqueño, Jalisco, sede de la organización criminal por hoy más peligrosa que ha declarado la guerra a su Administración y Colima, ese paraíso perdido que tiene en estos días la tasa más alta de asesinatos por cada cien mil habitantes.
Sin soslayar el importante debate que debe ocuparnos sobre la seguridad del presidente, que eliminó el EMP, pero que se sabe que cuenta con un eficiente aparato de protección, lo cierto es que hay que reconocer empatía, o un principio de ésta, en la decisión del mandatario de acudir a esos territorios, ‘a apoyar a la gente’, en lo que parece un indicio de un cambio de actitud respecto al papel de las víctimas y los victimarios en esta guerra, conflicto que sigue adelante por más que el presidente haya querido eliminarlo por decreto y sustentado en un catálogo de inútiles buenas intenciones.
Habrá que esperar por el contenido y los resultados de dichas visitas, contando con el diferendo vigente entre AMLO y los gobernadores de Guanajuato, el panista Diego Sinhue, pero sobre todo con el mandatario jalisciense, el convergente Enrique Alfaro, a la espera de que la reciente visita a Washington y las conocidas exigencias de Estados Unidos de que se instrumente una estrategia para doblegar a las mafias mexicanas, signifique un viraje de timón respecto a aquella simpleza de los ‘abrazos y no balazos’.
Resulta inútil y estéril adelantar qué puede pasar en esa gira de alto riesgo, si los colectivos de víctimas serán escuchados, si se escalará en el conflicto entre Palacio y las administraciones o si por el contrario veremos llamamientos a la distensión y posibles acuerdos, aunque por lo pronto, obviando los muchos riesgos, parece que en la Administración Federal algo parece estar moviéndose para que se revierta la situación, pues es este 2020, hay que recordarlo, el año más sangriento de la historia reciente de México.