«La corrupción es la manera en que la naturaleza restaura nuestra fe en la democracia».
PETER USTINOV
«Quienes defienden los fideicomisos defienden la corrupción». La declaración del presidente Andrés Manuel López Obrador revela mucho acerca de su estrategia política. Quienes no están de acuerdo conmigo no son simples adversarios, son corruptos por definición.
No es ésta la primera vez que el mandatario utiliza la excusa de la corrupción para impulsar sus iniciativas. Canceló el Nuevo Aeropuerto Internacional de México porque, decía, hubo actos de corrupción en la compra de terrenos y en la construcción misma. Sin embargo, no sabemos que se hayan presentado acusaciones en contra de quienes participaban en el proyecto. Por el contrario, el Gobierno los indemnizó con dinero del erario y del derecho de uso del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. El sistema de licitación y distribución de medicinas para el sector público fue cancelado porque supuestamente era corrupto, aunque nunca se presentaron acusaciones formales, pero la medida ha creado un desabasto importante.
Muchos de los cambios de AMLO en la administración pública los ha justificado con el argumento del combate a la corrupción. Todo lo que hacían los Gobiernos anteriores era, en su discurso, motivado por la corrupción, la cual dice haber erradicado porque él sí es honesto: «No somos iguales».
La lógica del Presidente, sin embargo, no se aplica de manera consistente. Él ha ordenado la desaparición de todos los fideicomisos públicos debido a que algunos son corruptos… o lo eran. Quizá no se da cuenta de que está cayendo en la llamada falacia de la composición, al atribuir una presunta falla de una parte al todo. Si un fideicomiso tenía problemas de corrupción, esto nos significa que todos los tengan. Presentar uno, dos o tres ejemplos de corrupción no es sustento para extinguir 109 fideicomisos. En todo caso, sería una justificación para procesar a quienes hubiesen cometido actos de corrupción. El problema es que todos son ya controlados por funcionarios de la 4T, los cuales, supuestamente, no cometen actos de corrupción ante el limpio ejemplo del gran líder.
El propio Presidente, paradójicamente, ha rechazado la falacia de composición en el caso del General Salvador Cienfuegos, al defender al Ejército tras la detención de quien fue secretario de Defensa. Si López Obrador aplicara el mismo razonamiento que en los fideicomisos, debería estar ordenando la desaparición del Ejército.
Muchos gobernantes autoritarios en el mundo y en la historia han utilizado la corrupción como excusa para justificar sus acciones. Hoy es la marca también de los Gobiernos populistas que se han extendido por el planeta, desde Trump hasta Bolsonaro pasando por Putin. El presidente López Obrador utiliza esta estrategia de manera sistemática. Por eso, si algún periodista, activista o líder social lo critica es porque «no quieren perder sus privilegios».
López Obrador utiliza el discurso anticorrupción incluso para justificar medidas, como las compras por asignación directa o la concentración de tareas en las Fuerzas Armadas que no tienen nada que ver con sus responsabilidades constitucionales y que facilitan o promueven la corrupción.
Nadie puede cuestionar, por supuesto, la lucha contra la corrupción. Por eso hay que enfrentar el problema con decisión, pero también con conocimiento de causa. Extinguir los fideicomisos no ayudará en nada a acabar con la corrupción. Si acaso, ayudará a aumentarla.
DERECHOS
El Presidente ha afirmado que no habría aumentos de impuestos. Una vez más, esto no ha resultado completamente cierto. La Cámara de Diputados ya aprobó un incremento en los derechos por el uso del espectro radioeléctrico e impuso también un nuevo e irracional derecho a los turistas que ingresen a nuestro país por menos de siete días.