Es increíble que a estas alturas sucedan cosas como las publicadas la víspera.
Varias vertientes se desprenden de este tema, un filicidio que conmovió a la opinión pública.
Una nota más en los diarios. Una madre soltera adolescente mató a su bebé.
En su desesperación, la muchachita prefirió envenenar a su niño que verlo morir de hambre.
La trágica historia se empezó a gestar desde el sábado, la niña que intentaba ser madre ya no tuvo los recursos para dar lo indispensable a su bebé de menos de dos años, por lo que tomó la drástica decisión de darle veneno, que a la postre fue lo único que la inocente criatura probó en sus últimos días de vida.
Ese mismo veneno para matar ratas es lo que ingirió la adolescente para suicidarse, desesperada por la situación de vida a la que estaba sometida a sus 16 años.
No pasaría de ser una trágica historia, pero falta la otra versión.
¿Dónde está el padre, el otro responsable del bienestar del menor?
¿Dónde están los programas del Gobierno?, ¿por qué ayudar a jóvenes en edad productiva que no estudian ni trabajan, “ninis”, pues?, ¿dónde está la caridad cristiana?, ¿la de persona a persona?, ¿cuál empatía?
¿Dónde estaban las mujeres que exigen igualdad?, ¿dónde está la solidaridad de género?
¿Por qué sólo condenar a la progenitora? ¿Qué habrá pasado por su cabeza y su corazón antes de tomar la decisión? Ya lo tendrá que explicar a las autoridades.
Palabras van y vienen, al igual que las promesas. Seguro saldrán voces desgarrándose las vestiduras en todos los sectores, cuando aquí lo que hay son dos víctimas.
Un inocente que en su corta vida sólo supo de carencias, y una madre que no supo o no pudo salir adelante con su pequeñito y prefirió la muerte.
¿Y para el padre, no habrá castigo, no habrá condena?
La realidad en nuestro territorio a veces supera la ficción, pero es sabido que por décadas los grupos más vulnerables del país son los que están más desprotegidos, los miles de hombres, mujeres y niños que viven en pobreza extrema y sin ninguna posibilidad de un empleo, ya no digamos bien remunerado, sino que simplemente les alcance para mal comer, mal vestir, o mal vivir.
Y si a esta historia social en México se le agrega la llegada de una pandemia de salud cuyos alcances aún no son conocidos ni dimensionados, pues poca esperanza hay para esos padres de familia que no tienen ni siquiera para lo indispensable de comida, vestido, y mucho menos, educación.
Historias como ésta tristemente seguirán repitiéndose, tal vez no serán nota, pero la realidad es que éste es tan sólo uno más de los lamentables acontecimientos de este país, tan lleno de desigualdad.