Eran casi las 10 de la noche del sábado. Mario se apresuró a preparar un trago al tiempo que encendía su laptop para iniciar la reunión virtual. Había un calor húmedo en el ambiente, por lo que eligió ginebra y refresco de toronja con mucho hielo.
Sólo habían pasado unos años desde su graduación en la que por última vez había visto en persona a sus amigas y amigos de la universidad.
Mario recordó que el primer día de clases se habían atraído como con imán, y que desde entonces se habían convertido en hermanos de vida. Entre todos formaron un grupo muy unido a pesar de las diferentes personalidades de cada uno de ellos; sin embargo, esa noche, la tercera en que se reunían, un inquietante suceso iba a cambiar al grupo para siempre.
Ya en la plataforma digital, Mario, desde Guadalajara, los aceptó uno a uno a la reunión. Primero a Luisa, un alma libre que se conectaba desde el balcón de su pequeño, pero trendy departamento de Playa del Carmen. Había emigrado para trabajar como promotora de bienes raíces y según ella, para conocer a algún mafioso ruso con quien huiría del País; casi al mismo tiempo, Ramón, un incipiente pero prometedor chef autodidacta que después de vivir en diferentes lugares del mundo había decidido que cocinar era lo suyo. Estaba llamando la atención de foodies y en general del medio restaurantero, cuando llegó la cuarentena a poner pausa a su carrera en Ensenada.
Los tres se saludaron con esa euforia relajada que caracterizaba al grupo. Platicaron de cómo se sentían, de que esa noche llovía en Playa, de los nuevos platillos en que experimentaba Ramón y por supuesto de cómo la pandemia los tenía a todos encerrados en casa. En eso estaban cuando se agregaron a la reunión, Mateo el bohemio del grupo, Vale y Patricia. Aún faltaba Benjamín, que iba a alcanzarlos después de lavar los trastes que se le habían acumulado en la semana. “Es extraño ver sólo sus caras en una pantalla”, pensó Mario cuando Vale, que trabajaba en una casa productora de la Ciudad de México le preguntó a Mateo:
—¿Cómo va el libreto del cortometraje? —que por cierto, escribía sólo por amor al arte en sus ratos libres del trabajo.
—Ya termínalo Mateo, para que nos lo leas —dijo Mario.
—En eso estoy —comentó Mateo riendo—. Tranquilos, que estas cosas toman tiempo.
—La historia está increíble, ya verán. Deberías dedicarte de lleno a escribir, Mateo —continuó Vale.
Mientras todos opinaban al mismo tiempo y hacían un barullo como en su antiguo salón de clases, apareció la solicitud de un perfil desconocido, que Mario aceptó sin pensarlo. Creyó que era su amigo de Toluca.
—¡Hola, Benja! —dijo Mario a manera de bienvenida— Prende la cámara que no te vemos.
Después de unos segundos de silencio por fin escucharon una voz del recuadro negro. Era una voz desconocida que les erizó la piel.
—¿Cómo están todos? ¿Todavía ningún infectado..?
—¿Benja eres tú? Quedamos en que no haríamos bromas relacionadas con la pandemia —le recordó Mario.
Otra vez hubo silencio en el grupo hasta que Ramón, entre extrañado y molesto, le preguntó a la voz.
—¿Si no eres Benjamín, quién carajo eres y qué haces aquí? ¿Nos conoces o te equivocaste de reunión?
Mientras tanto Patricia, para salir de la duda, enviaba un mensaje privado en el chat, preguntando si era otra broma pesada de Benjamín.
—“No sé nada, en serio!!” —le escribió Mateo de vuelta.
Apenas leyó la respuesta, Patricia entró en un diálogo con el desconocido que con voz profunda y fría los tenía en estado de alerta y con el corazón acelerado.
—¿Oye y estás en México? No ubico de dónde es tu acento.
—He estado en muchos lugares. En Asia, Europa y ahora por estos rumbos —contestó el perfil.
—Y en Europa ¿viviste la pandemia? ¿estuviste en Italia, por ejemplo? Me encanta Roma.
—He estado en muchos lugares. En Roma también.
—¿Salías un poco a la calle? Si no, qué desperdicio.
Patricia, seguía cuestionando al desconocido y éste contestaba concretamente hasta que tomó la palabra.
—Siempre habrán personas que salgan a la calle, aún siendo una cuarentena obligatoria, y yo busco la forma de colarme entre ellas. Pareciera que no le temen a la muerte. El miedo a la muerte es miedo a la nada, según dijo Julian Barnes. ¿Saben? Es interesante porque en la pandemia contagiarse está literalmente en manos de la gente. La muerte al alcance de su mano. ¿Ustedes temen morir?
El ring del celular hizo saltar a Mario del sofá. Oía casi hipnotizado el monólogo. Era Benjamín. Sin contestar la llamada, Mario volteó y vio la solicitud de su amigo para ser admitido en la reunión. Se le heló la sangre. Realmente no era una broma, el perfil misterioso era real. Lo incluyó de inmediato.
—¡Salud! Interrumpió Benjamín, al tiempo que daba un sorbo a su mezcal —y los demás lo seguían en silencio—¿Cómo están?, ¿tenemos un invitado?
El barullo se soltó de nuevo. Fueron las mujeres quienes más se molestaron con el desconocido, se sintieron observadas. Como si alguien hubiera visto sus almas. Así se lo dijeron a Benjamín.
—¿Por qué lo aceptaste, Mario? ¡Cómo se te ocurre! ¿Si no sabes quién es cómo lo aceptas? —siguió Benjamín—. Hey, tú, prende la cámara para verte la cara. ¿Qué quieres?
—Sólo estoy de paso Benjamín, les aseguro que no querrían ver mi cara. No soy sólo yo, somos legión. Soy el rostro de millones que han muerto por mi causa. Yo soy la Pandemia que los tiene confinados. Soy la duda. Fue un gusto estar entre ustedes. Pronto los veré en persona.
Sin esperar más explicaciones, Mario presionó el botón “Finalizar Sesión Para Todos”.
FIN
JORGE SUÁREZ
Nació en Oaxaca.
Es publicista y especialista en medios de comunicación
«VOCES DESDE EL ENCIERRO» es un especial de 7 cuentos cortos de autores miembros del «Colectivo Six Pack». (1 de 7)