México, 18 oct (EFE).- Un poco en juego con el título de su nueva novela, «Los Apóstatas», el escritor Gonzalo Celorio, director de la Academia Mexicana de la Lengua, cree que en estos tiempos, la apostasía quizá sea el camino, si se trata de alejarse de los gobiernos, el culto al dinero y de la tendencia de preferir las redes sociales por encima de la literatura.
«Lo suscribo totalmente, me apunto dentro de esa apostasía», aseguró en entrevista a Efe el autor, que con su nueva obra culminó una saga familiar, iniciada con «Tres lindas cubanas» y «El metal y la escoria», esta última premiada en el 2015 con el premio Mazatlán.
El nuevo libro, editado por Planeta, es una autoficción alrededor de la vida de Eduardo y Miguel, hermanos del novelista, y es un complemento a sus dos anteriores propuestas, la primera acerca de su madre cubana y la segunda, una historia a partir de la migración a México de su abuelo español.
«Ahora me centro en la generación mía, donde también hay dos generaciones porque Miguel, mi hermano mayor, me llevaba 22 años, y actuó como padre sustituto», cuenta.
UNA OBRA CON DESCUBRIMIENTOS DOLOROSOS
La novela comienza con una escena en los funerales del doctor Gonzalo Casas Alemán, quien fue diputado del PRI, para un poco adelante referirse a la cercanía que el hombre procuró con el niño de nueve años Eduardo Celorio, del cual abusó sexualmente.
Sin morbo, pero con energía en la denuncia, el libro se refiere a otro abuso, del cura José Trinidad Rivera contra Eduardo, cuando estuvo internado en el seminario de los Hermanos Maristas.
«Fueron dolorosos esos descubrimientos. Tuve que contar con la anuencia de mi hermano para que se pudiera publicar con sus condiciones, que fueron difíciles porque afectaron a otras personas. Sí, es una novela dolorosa, valiente y riesgosa», apuntó.
El volumen de 412 páginas narra la vida de Eduardo Celorio cuando se fue a Nicaragua a apoyar a la Revolución Sandinista, cuenta detalles de aquel proceso y cómo cuando fueron derrotados, los jerarcas del Gobierno de Daniel Ortega se convirtieron en seres de rapiña que se llevaron lo que pudieron para su beneficio propio.
Al referirse a Miguel, una especie de padre putativo, sobre todo al influir con su gusto por los libros, Gonzalo Celorio recuerda que aunque su padre disfrutaba escribir cartas, fue Miguel quien lo puso en el camino de la literatura.
«Mi padre escribió muchas cartas a mi madre, cartas de amor que conservo, eso y el gusto por los libros, que viene de mi hermano mayor, son ingredientes de mi vocación literaria», acepta.
SER APÓSTATA VALE LA PENA
En su condición de académico y erudito de la literatura, Celorio aprovecha «Los Apóstatas» para disertar sobre el arte de la novela y menciona a algunos de sus escritores más cercanos, Alejo Carpentier, Julio Cortázar y Juan Rulfo, entre otros.
Celorio lee más narrativa, pero de joven se acercó mucho a la poesía, género que no asume como creador, pero sí como lector, de Sor Juana Inés de la Cruz, Xavier Villaurrutia, Carlos Pellicer o Ramón López Velarde, por mencionar a cuatro mexicanos.
Su influencia por la poesía es también una manera de estar cerca de la belleza y de la idea de que vale la pena vivir de manera poética, aunque sea difícil conseguirlo en los tiempos actuales.
«Sería magnífico (vivir poéticamente), pero para eso se necesita que no haya una enajenación que muchas veces se impone sin que el sujeto la perciba, me refiero a los métodos impositivos, los sistema políticos coercitivos, los dominios ideológicos, económicos o sociales. Vivir poéticamente no deja de ser un privilegio», señala.
Lamenta que en el mundo de hoy muchas veces la ideología se imponga sobre el civismo, la cultura, la educación y sea difícil encontrar esa fisura para desarrollar el humanismo.
«Con frecuencia los sistemas totalitarios impiden que esa puerta se abra y eso me parece grave. De todas maneras uno sigue haciendo su lucha y para mi la lucha está en la literatura, tanto en términos de creación como de docencia porque me dedico a cumplir con la condición alfabetizada de mi persona, leer y escribir», asegura.
Ante esa realidad, Celorio lo tiene claro. Ser apóstata vale la pena.