Moscú, 19 ago (EFE).- Artistas visuales de todo el mundo, incluyendo España, México y Argentina, han tomado al asalto con luces y colores el barrio de Triojgorka, al oeste de Moscú, para despertar esta ciudad dormitorio de su letargo y darle una nueva vida.
«Pensamos en este proyecto como una vía para convertir este barrio de un problema en una atracción, un espacio al que la gente pueda acudir, incluso los turistas», afirmó a Efe Dmitri Lióvochkin, artista visual ruso y organizador del festival Urban Morphogenesis, cuyo propósito es pintar 36 fachadas de una veintena de edificios.
Se trata de un barrio gris, de altos edificios monotípicos apelotonados en las afueras de la ciudad de Odintsovo, satélite de la capital rusa, que pareciera condenado a la desatención luego de que su constructor quebrara y se viera sumido en litigios legales y fallas constructivas.
Sin embargo, a veces los milagros son obra humana. Y es que pintores y artistas del grafiti rusos convocaron a colegas de todas partes del mundo, incluyendo a artistas iberoamericanos a convertir este espacio en un lugar más que habitable, vivible.
Un inmenso retrato de Yuri Gagarin sonriente; un pez mitad real, mitad plástico; una pareja de adolescentes besándose; un oso que captura la luna; un sigiloso gato de claroscuros que parece convertirse en humo; juegos geométricos de colores, apenas son algunas de las obras ya concluidas, mientras en otros muros bulle el trabajo.
Sobre las paredes, en grúas, escaleras, trabajan incansables artistas de China, Estados Unidos, Italia, Brasil, Portugal, Francia, Japón, Kazajistán, entre otros países.
El proyecto es literalmente monumental y según sus organizadores, único en su escala, se trata de gigantescos murales en fachadas de catorce metros de ancho por 56 de altura, la misma de un edificio de 16 plantas.
A esa altura el motor del andamio comienza a protestar y solo queda confiar en la firmeza de los cables y de la soga de seguridad. La estructura de metal sostiene a uno o dos artistas, y decenas de latas de pintura, mientras se balancea ligeramente con el viento.
«Ni yo mismo sé cómo comenzó todo, fue como un sueño. Vi todas estas paredes de hormigón, todo este horror y me pregunté, ¿cómo puede la gente vivir así? Y pensé, hay que hacer algo para llamar la atención sobre este barrio», relató Lióvochkin.
La idea del pintor de llevar la galería al barrio comienza a cuajar ante los ojos del vecindario. En uno de los edificios trabajan el Pez (José Sabaté, España) y Chicadania (Dania Ortega, Colombia). La obra asciende lentamente por el muro, en una mezcla de figuración realista y juegos con el cómic.
Pintar en Moscú para ellos es una experiencia única.
«Siempre tienes una idea equivocada de la gente hasta que la conoces, hemos tenido la oportunidad de conocer cómo son los rusos de verdad», afirma el Pez.
Dania asegura que la intención de la obra conjunta es «transmitir buena energía», algo que el vecindario agradece.
«La comunidad está superinteresada, se ve que lo viven mucho, están todo el rato mirando, preguntando, ofreciéndonos de todo, se ve que el barrio es importante para ellos. La verdad es que no lo esperábamos», añade.
Se acercan dos vecinas con golosinas para los artistas. Una de ellas se deshace en halagos y asegura que se trata de «un festival excepcional», que para ella es un milagro.
«El ‘pescado’ del edificio 65 me gusta mucho, se ve muy bien. Es una obra de arte», afirma en referencia a otra obra, mientras la segunda vecina la contradice al afirmar que no le gusta nada.
Ambas ríen, y la primera vuelve a la carga: «Puede gustar o no, pero cuando vi que todo comenzó a llenarse de colores comprendí que se trata de arte verdadero».
El mexicano Farid Rueda ya es veterano en eso de pintar murales en Moscú, a donde ha viajado en tres ocasiones. Trae una pintura viva que muestra criaturas precolombinas y frutas tropicales con una paleta de colores fresca y viva.
Sin parar de trabajar, el artista confiesa que Rusia es un país que le gusta y que «por alguna extraña razón» no le resulta ajeno.
Según el pintor mexicano, los vecinos del barrio responden bien ante los murales que se alzan ante sus ojos, puesto que los artistas «han venido a darle una nueva luz, una nueva vida a toda el área, le han dotado de energía».
Cuando a fines de agosto los más de 60 artistas den sus últimas pinceladas y hayan agotado los 50 000 litros de pintura disponibles para el proyecto, el barrio quizás no haya resuelto todos los problemas domésticos que le aquejan, pero se puede asegurar que ya nunca volverá a ser un espacio lúgubre, monótono y sin identidad.
Por Fernando Salcines