México, 24 ene (EFE).- El mexicano Guillermo Arriaga, ganador este viernes del premio Alfaguara de novela, es un contador de historias obsesionado con la forma de decir de sus personajes, que cuando hablan provocan imágenes casi cinematográficas en el lector.
Aunque repite en sus entrevistas que su oficio de cineasta no influye en sus novelas, sino al revés, «Salvar el fuego», la obra premiada este día, confirma la habilidad del escritor para subyugar a los lectores con diálogos como los que cualquier hijo de vecino puede escuchar en un barrio marginal de Ciudad de México, o en las ciudades fronterizas con Estados Unidos.
Después de «El Salvaje», obra que conmocionó a la literatura hispana por el humanismo de los personajes y la capacidad del autor para combinar historias, Arriaga se apareció ahora con propuesta que combina realidades de la vida sofisticada con la marginal mientras desvela al México doloroso de hoy.
«Es una novela que narra con intensidad y dinamismo una historia de violencia en México contemporáneo, donde el amor y la redención aún son posibles. El autor se sirve tanto de una extraordinaria fuerza visual como de la recreación y reinvención del lenguaje coloquial para lograr una obra de inquietante verosimilitud», dijo el escritor Juan Villoro, presidente del jurado el premio.
En «Salvar el fuego» Arriaga maneja varios planos narrativos y los teje de manera magistral para subyugar al lector como hizo en su anterior novela, ganadora del premio Mazatlán 2017.
Novelista, escritor de cuentos, productor y director de cine, Arriaga, de 61 años, es un hombre honesto, que confiesa en las entrevistas su desinterés por la fama y su amor por México, su país, que conoce mejor por su relación con la gente de abajo.
«Soy un obsesionado por mi país, con un amor profundo que se traduce en contar sus contradicciones y sus problemas», reveló este viernes a los medios luego de convertirse en el cuarto mexicano ganador del Alfaguara después de Elena Poniatowska (2001), Xavier Velasco (2003) y Jorge Volpi (2018).
Lector de William Faulkner, Virginia Woolf y Juan Rulfo, tres de sus maestros favoritos, Arriaga heredó de esos grandes de la literatura el manejo no lineal del tiempo, lo cual confirmó en su nueva joya, en la que lo mismo habla una culta coreógrafa, como varios presidiarios y gente de la calle.
De manera descarnada retrata con su prosa la vida del día a día de los mexicanos, la corrupción de sus autoridades, los abusos en sus cárceles, todo para terminar en su tema favorito, el amor, que permite reconciliaciones y una última apuesta a la esperanza mientras llega un próximo momento para confiar.
«Toda mi obra es una reflexión sobre el amor», insistió al hablar de la novela que le llevó cuatro años y medio en los que escribió de manera obsesiva sin saber qué camino iba a tomar la historia.
Crecido en el barrio bravo de Iztapalapa y relacionado con el México cercano a las fronteras y sus conflictos, Arriaga cuenta con un arsenal de historias que le permiten hacer retratos creíbles con su escritura y de paso subyugar a los lectores que se asombran del ritmo de lectura que toman al devorar sus novelas de muchas páginas.
Guionista de películas icónicas en México como «Amores perros» (2000) y «Los tres entierros de Melquiades Estrada» (2005), Arriaga es autor de las novelas «Escuadrón Guillotina» (1991), «El dulce olor a la muerte (1994) y «El búfalo de la noche (1999), además del cuaderno de cuentos «Retorno 201» (2006).
En el 2016 confirmó con «El Salvaje» un salto en su escritura, ratificado ahora con una novela que desvela con una elegante manera de decir la vida de México, que no suele ser contada de manera tan descarnada en los diarios.
«Un contador de historias, es lo que soy», aceptó este viernes al resumir la más genuinas de sus obsesiones.