Él la quiso en silencio. Nunca le dijo a ella lo mucho que la admiraba ni lo que le inspiraba. Era su secreto y solamente lo compartía con la libreta donde le escribía intentos de poemas. Se conformaba con verla en clases y se distraía cuando la veía tomar en su cuaderno los apuntes del pizarrón.
Estaba seguro que la suerte le había favorecido al colocarlo en ese salón. El muy tonto no tuvo novia porque le era fiel, aunque solamente eran compañeros de aula.
No eran amigos. Su relación se limitaba a un simple “¡hola!” al toparse en la puerta del salón.
Él sabía su fecha de nacimiento, su artista favorito, conocía las galletas con bombón que le gustaba comer en los recesos y cuál canción era la que cantaba en silencio.
Cuando los profesores pasaban lista, en su mente él anticipaba el nombre de ella incluida la respuesta de “¡presente!”.
A nadie le dijo que desde el primer día de clases creyó en eso a lo que llaman amor a primera vista. Después de verla no tuvo ojos para nadie más. Hacía las tareas para no pasar vergüenzas ante la niña de la mirada de bosque.
Se esforzaba en los exámenes para no quedar como un “burro” ante la pecosa del salón. Sufría cuando los profesores lo pasaban al pizarrón frente a la clase, temía hacer el ridículo ante su compañera, la más alta y delgada, a la que admiraba en secreto.
Fue su “primer novia”, aunque ella nunca lo supo, pero él estaba convencido que su relación era espiritual. No tuvo la oportunidad ni supo buscar el pretexto para tomarla de la mano aunque fuera por “accidente”.
No la abrazó como lo hacía cuando soñaba despierto, pero con su vista peinaba su cabello y contaba los nudos de sus largas trenzas.
Fueron tres años de quererla en silencio. Frente a ella no decía malas palabras para que no fuera a descubrir lo mal hablado que era.
Todas las noches, antes de dormir, se regañaba a sí mismo por ser tan cobarde. Al día siguiente se perdonaba, estaba seguro que para ella no era más que un compañero de clases. Nada guapo, poco simpático, no popular, calificaciones de ocho y siete, de vez en cuando un nueve, ¿qué diablos vería ella en él?
Salieron de la escuela y tomaron caminos diferentes, pero a pesar de eso él siguió siendo su “novio” y los remedos de poemas siguieron llenando la libreta.
Supo a qué escuela ingresó y se dio cuenta que no podría seguirla, era un plantel de puras niñas, y algunas niñas no tan puras.
Algunas madrugadas, mientras seguramente ella dormía, él de repente pensaba en ella. Sus amigos pasaban de una novia a otra y los escuchaba platicar sus anécdotas de amor y desamor. Cuando le preguntaban si él tenía alguna chica en la mira mentía, decía que no.
Un mal día supo que su “novia”, a la que le era fiel, esa pecosa de ojos de bosque, alta y delgada, ya tenía novio. Sufrió y se desquitó con la libreta, fueron los poemas más patéticos que escribió. Solamente él sabía su dolor.
Meses después, se enteró que su ex-compañera ya no estaba en noviazgo y fue cuando se armó de valor.
La buscó, la esperó afuera del colegio, la vio salir de clases, ella de uniforme y con sus libretas en la mano. Se alegró cuando lo reconoció y le llamó por su nombre. Fue la primera vez que lo abrazó.
Fueron a un parque cercano a platicar. Fue una charla muy breve.
Le dijo que tenía cuatro años queriéndola en silencio. Le entregó las libretas donde le escribió sus intentos de poemas y se disculpó por aquellos donde la llamaba “ciega”. Le agradeció lo que hizo por él sin siquiera saberlo.
Confesó su cobardía por temor al rechazo y le pidió que si quería leyera los escritos o los quemara sin siquiera verlos. Le prometió que se superaría, sería una buena persona, para que ella, quizá algún día, se fijara en él.
Se despidió, no la saludó de mano ni tampoco le dio un abrazo. Media vuelta y se fue.
Más de dos décadas después él tuvo un “déjà vu”. En el alto de un semáforo vio a una adolescente cruzar la calle, juró que se trataba de su compañera de clase a la que quiso en silencio. Cuando la chica llegó a la banqueta se reunió con su mamá, una mujer con ojos de bosque.
Bajó del vehículo y saludó a la mujer a la que tenía años sin ver. Ella le presentó a su hija, era idéntica hasta en las largas trenzas.
Cuando él dijo su nombre, la chica preguntó: “Mamá, ¿él es el de los poemas en las libretas?”