Las imágenes de cómo comercios, restaurantes y hoteles están siendo tapiados en Washington y Nueva York por el miedo a la violencia electoral por el resultado de las elecciones presidenciales de este martes, era absolutamente impensable como colofón de una campaña electoral en Estados Unidos, por más agria que fuera. Igualmente, que existiera temor que la polarización social llegara al extremo que, dependiendo de los resultados, la gente pudiera salir a las calles, trastornada por la agenda política ideologizada de un irresponsable en la Casa Blanca. ¿O alguien duda que el clima de violencia y división que vive ese país, sea culpa de Donald Trump? No es fortuito que en la democracia más antigua del mundo, la discusión se centra en que lo que está en juego, precisamente, la democracia.
Es una paradoja que éste sea el debate cuando el sistema electoral en Estados Unidos es realmente antidemocrático. No vale el voto directo, donde no se sufraga por un candidato sino por delegados, que no garantiza tampoco que el delegado respete el mandato popular cuando se erija en Colegio Electoral —en cuatro ocasiones el Colegio Electoral se inclinó por el candidato contrario a su mandato—, o que como en las elecciones de George W. Bush en 2000 y de Trump en 2016, aun sin el respaldo popular, conquistaron la Casa Blanca. Otras impurezas son las restricciones a los votantes, como sucedió al suprimirse hace siete años el Acta de Derechos de Voto de 1965, que volvió a empoderar a los racistas sobre las minorías, o la redistritación, mediante la cual los republicanos modificaron los mapas distritales en 2010 y 2011 para controlar los Congresos locales.
Ciertamente, la democracia estadounidense es imperfecta y cuestionable. Pero aun así, es la más robusta en el mundo, por la solidez de sus instituciones, por los contrapesos y los equilibrios que existen dentro de la sociedad, perfectamente claros en su concepto de ciudadanía, pero que ante los embates de Trump, hay dos países con enfoques antagónicos de ella. Esto es lo que está en riesgo hoy. Como apuntó Tom Gerald Daly, subdirector de la Escuela de Gobierno de la Universidad de Melbourne, la elección no solamente definirá la democracia estadounidense por una generación, sino su resultado podría disminuir la idea de la democracia en sí mismo, como una norma global.
“Lo que hemos visto es el desmantelamiento de agencias de Gobierno por completo, subordinación del Departamento de Justicia, de un poder presidencial sin freno, del uso sin precedente de militares contra la protesta, y una pandemia tan mal administrada en Estados Unidos, pese a toda a su capacidad tecnológica y científica, que ha producido más de 190 mil muertes”, agregó Daly. En síntesis, una regresión democrática acelerada e imitada.
Trump ha intentado quebrar las bases del contrato social, inspirando a muchos otros en el mundo. Daly recuerda la centralización del poder en Hungría, la India o Polonia, junto con el asalto a instituciones democráticas, para sepultar a las democracias liberales. No menciona a México, pero el fenómeno que se vive aquí es similar. Líderes populistas como Trump, Víktor Orban, Narendra Mori, Andrzej Duda o Jair Bolsonaro, se asemejan al presidente Andrés Manuel López Obrador, quien como ellos, buscan restablecer los viejos regímenes autoritarios.
La preocupación en las democracias liberales en el mundo sobre estos pasos gigantes hacia atrás, es profunda. “Trump ha expuesto la vulnerabilidad de la Presidencia al exceso de autoridad y la debilidad de la rendición de cuentas”, comentó recientemente Janet Napolitano, secretaria de Seguridad Nacional del presidente Barack Obama, y actualmente presidenta de la Universidad de California. Esto esconde, como se repite en el mundo, la incompetencia para gobernar de Trump, vocero y líder de los nuevos déspotas, que tiene millones de seguidores, como otros de sus pares los tienen en sus naciones.
No existe en la memoria, de quienes han vivido elecciones presidenciales en Estados Unidos, el sentimiento del miedo que existe hoy. Personas educadas e informadas que se sitúan en diferentes trincheras, temen que estalle la violencia, y dos de ellas fueron más allá, “la guerra civil”. Parece exagerado, pero así se sienten. Dos instituciones de análisis, la Brookins Institution y el Crisis Group, han hecho eco de este escenario, derivado de la polarización, la proliferación del discurso de odio, la disgregación de la información, la desconfianza en las instituciones, y un competidor, Trump, que tiene preocupaciones personales y legales en caso de perder la elección, que ha ido construyendo las condiciones para reclamar fraude y desconocer la victoria, si fuera así, de Biden.
La democracia estadounidense está trastocada y todos lo saben. Por eso se preparan. En Washington hay barricadas en torno a la Casa Blanca, el Capitolio y el Trump Hotel, donde el presidente promete una fiesta “de la victoria” este martes. Policías en varios Estados se preparan para la violencia en las urnas y en las calles. Las compras de armas se han incrementado en casi un 10% de marzo a la fecha, y el 40% de esas adquisiciones fueron hechas por quienes nunca habían comprado una arma.
Las condiciones están creadas para que estalle la violencia ante la creciente ansiedad y el temor. En una reciente entrevista de la cadena de televisión ABC News, el 50% de los simpatizantes de Trump dijeron que la elección no será justa, que fue lo mismo que declaró el 37% de quienes respaldan a Biden, lo que sugiere que el resultado va a ser cuestionado por cualquiera de los dos bandos.
“Sería un error pensar que las cosas saldrán tersamente el 3 de noviembre y el día siguiente”, enfatizó el reporte del Crisis Group. “Los riesgos son demasiado significativos, los escenarios negativos demasiado reales y el potencial que daña la confianza en las instituciones democráticas, demasiado grande”. Esperemos pues, y que Casandra se equivoque para el bien de todos.