Berlín, 27 feb (EFE).- El cine sin palabras del malayo-taiwanés Tsai Ming-Liang acaparó la jornada a competición de la Berlinale hoy, la penúltima de un festival que año a año ha reeditado su fidelidad hacia el cine asiático.
El homenaje de la 70 edición fue para la actriz británica Helen Mirren, a quien el festival entregó el Oso de Oro de Honor a su carrera. La sección oficial se consagró a «Rizi», el último exponente de poética silenciosa del director asiático.
Un hombre con la mirada perdida tras un ventanal, con un vaso de agua sobre la mesa impoluta, que no tocará, mientras se oye el rumor de una lluvia incesante, que a veces arrecia y a veces amaina: así son los seis minutos en plano fijo con que arranca «Rizi».
Otro hombre, más joven, en una vivienda algo roñosa y sin muebles, limpia su ensalada, corta un pepino y luego remoja el pescado en el barreño que luego usará en su ducha: así presenta el director al co-protagonista de su filme.
Kang -Lee Kang-Sheng- es el hombre del ventanal, aquejado de unos dolores de cervicales, que trata de aliviar con acupuntura y otros remedios de la medicina tradicional. Non -Anong Houngheuangsy- es un joven inmigrantes de Laos que trabaja en lo que puede, incluidos los masajes con servicio sexual incluido.
«Transporto al lenguaje del cine los ruidos que nos rodean», explicó el realizador, nacido en Malasia y asiduo en los festivales europeos. En la Berlinale estuvo ya en 1993, 1995, 1997 -en que ganó un Oso de Plata con «The River». De Venecia recogió en 2014 el León de Oro con «Vive l’amour».
Que en «Rizi» no se precisen subtítulos en ningún idioma -como se advierte irónicamente en los títulos de créditos- ya no extraña a nadie. Forma parte de su amor por el silencio, o más bien la ausencia de diálogos, en este caso llevado al extremo: los dos protagonistas no se cruzarán ni una frase.
A Kang, el hombre de la mirada perdida, le corresponde el papel pasivo en el encuentro sexual que seguirá, vía masaje en una habitación de hotel; el inmigrante asume el activo.
Al diálogo sin palabras seguirá un regalo del cliente agradecido al muchacho, una cajita de música en que suena «Candilejas», a modo de clave en la relación entre ambos y un homenaje al mítico film 1952. «Chaplin era de otro planeta. Nos vino a visitar y nos dejó sus regalos. ‘Candilejas’ fue uno de ellos», explicó el cineasta.
Los rumores ambientales, sea la lluvia, el tráfico de Bangkok, o de sus restaurantes de comida rápida suplen a las palabras. «Reproduzco sonidos existentes en la realidad», explicó el cineasta.
Hay un plano que parece detenerse en el silencio absoluto. La cámara queda estática sobre el lateral de un edificio destartalado. «También ahí hay banda de sonido, aunque aparentemente no haya ruido ambiental», explicó Tsai Ming-Liang.
«Mi personaje soy yo, es mi vida, la de muchos inmigrantes. Trabajamos, comemos y dormimos», explicó el actor laosiano, en cuyas reparadoras manos de masajista querría caer algún asistente al festival -independientemente de su orientación sexual-, tras ocho días en régimen de sesión continua.
El filme de Tsai Ming-Liang era el único a competición en esta penúltima jornada de su sección oficial. Todo un contraste respecto al miércoles, con dos filmes sobre las tres horas -el alemán «Berlin Alexanderplatz» y el ruso «DAU/Natasha»-, además de «The Road Not Taken», dirigido por Sally Potter e interpretado por el español Javier Bardem.
EL «YO LO VI PRIMERO» BERLINÉS
La película del maestro taiwanés es la segunda de las tres representantes asiáticas en la competición de esta 70 Berlinale. En los días pasados se vio «The woman who ran», del maestro surcoreano Hong Sangsoo, que sedujo a la Berlinale con una película de corte minimalista volcada en la mujer.
El desfile de las 18 aspirantes a los Osos se cerrará este viernes, en que se proyecta «Irradiés», del camboyano Rithy Panh.
«La sensibilidad hacia el cine asiático despertó en la Berlinale antes que en otros festivales. No digamos ya que en Hollywood», comentó a Efe, hace unos días, Mariette Rissenbeek, co-directora del festival junto con el italiano Carlo Chatrian.
El certificado de nacimiento de esa sensibilidad se sitúa en el Oso de Oro que ganó Zhang Yimou en 1987 con «Sorgo Rojo». La mítica película abrió las puertas del festival europeo al cine asiático.
Zhang regresó a competición con filmes como «Happy Times» (2002), «Hero» (2003) o «Una mujer, una pistola y una tienda de fideos» (2010). China ha sido durante años casi omnipresente en los palmarés de la Berlinale -en 2014 obtuvo otro Oro «Black Coal, Thin Ice, mientras que en 2019 ganaron la plata los actores Wang Jingchun y Yong Mei por «So long, my son».
Este año, el primero con Rissenbeek y Chatrian en Berlín, no hay director chino a competición. Estaba prevista la incorporación del gigante asiático, con un gran pabellón, en el European Film Market (EFM). Pero se canceló su presencia por la crisis del coronavirus.
Las tres representantes a concurso son testigo, según Rissenbeek, de la «fidelidad de la Berlinale» hacia Ásia. Al fin y al cabo, la china no es la única cinematografía asiática con «derecho a Oso»: en 2007 conquistó el Oro «Tuya’s Marriage», rodada en la remota Mongolia. En la nómina de las platas recientes están, entre otros, el surcoreano Kim Ki-Duk -2004- y el filipino Lav Diaz -2016-.
Gemma Casadevall