Washington, por decir el ambiente político de la capital estadounidense, bullen estos días por dos asuntos: el desglose de los muchos y graves señalamientos contra Donald Trump, en el libro que escribió su ex-asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, ‘La habitación en que esto pasó’, y el arranque de la campaña para las presidenciales de noviembre, donde Trump pretende la reelección y que ha estado marcada por un lenguaje extremista, donde los insultos contra los mexicanos no son precisamente pocos.
Sobre el libro hay que decir antes que nada que Bolton, al que hoy celebran los opositores al ocupante de la Sala Oval, no es sino otra versión del pensamiento racista, supremacista, xenófobo, radical de derechas del propio Trump, aunque resultan reveladores los pasajes donde se pinta al magnate como alguien incapaz de mantener una idea por dos minutos y su extraña mezcla de odio y fascinación por algunos dictadores como el zar Putin, Nicolás Maduro o el sátrapa norcoreano Kim Jong-un.
En este contexto, con su visita en un plano secundario, el presidente AMLO abordará mañana su vuelo comercial con rumbo a Washington, donde por cierto no será recibido con los honores correspondientes a una visita de Estado, para su encuentro ‘de trabajo’ con su homónimo estadounidense, quien lo urgió a visitarle al parecer para tratar de conseguir una tajada del voto de los ciudadanos de origen mexicano, ahora que arranca su campaña hundido en las encuestas.
Ayer mismo el mandatario mexicano accedió, por fin, a realizarse la prueba del Covid-19, señalando que ‘sería irresponsable’ acudir a su visita sin estar seguro de estar sano, una consideración que no tuvo para con nadie de su equipo, ni con ninguno de aquellos con los que se ha reunido en las semanas recientes, aunque lo seguro es que la admisión tardía a hacerse la prueba clínica responda a una exigencia de su anfitrión.
Llama la atención el cambio de tono, como en otros tantos asuntos, del AMLO candidato y el hoy presidente, pues el anuncio de la visita sirvió para desenterrar en las hemerotecas aquel antiguo discurso en el que el entonces aspirante a la presidencia hablaba de la dignidad nacional, de la necesidad de poner a Trump en su lugar y hasta de amagos de denuncias contra el mandatario del país vecino, cuya visita del 2016 a Peña Nieto, fue censurada especialmente por el tabasqueño, lo que derivó en la defunción política del artífice de esa desafortunada invitación, el entonces titular de Hacienda, Luis Videgaray.
Como sea AMLO ha desoído los llamados a no realizar esa visita, incluida esa carta del ex-canciller mexicano y hoy embajador emérito Javier Sepúlveda, destinada a Marcelo Ebrard, de tal manera que lo que queda es una apuesta riesgosa para nuestro presidente, que corre el riesgo de sufrir un desplante, de ser testigo de alguna alocución antimexicana, un reproche tras las quejas de inversionistas del sector energético, de que el muro salga a cuento o que Trump salga con uno de sus deslices que parece que le son incontrolables.
Aunque el riesgo mayor, y eso se sabe, es que las encuestas confirmen que Trump no volverá en noviembre a la Casa Blanca y que los demócratas, ahora ofendidos por la visita del mandatario mexicano, confirmen los pronósticos y controlen por completo el Congreso de la Unión Americana.