Kampala, 8 may (EFE).- El barro oscuro de la selva se acumula desde hace semanas en las botas de los agentes forestales. Sin descanso y durmiendo en tiendas de campaña, vigilan a los gorilas del Parque Nacional del Impenetrable Bosque de Bwindi, en el suroeste de Uganda.
Este parque, inscrito en el Patrimonio Mundial de la Humanidad de la Organización de la ONU para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), es el refugio de casi la mitad de los gorilas de montaña que quedan en el planeta, una especie en peligro de extinción, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
Cuando se confirmaron los primeros casos de coronavirus en Uganda, las autoridades ambientales acordaron mantener a decenas de guardabosques en el interior del parque, retiradas del mundo exterior. Si el virus infectase a los gorilas, con un código genético parecido al humano, las consecuencias serían fatales.
La pandemia también supone una amenaza para la rica vida salvaje de este país del este de África.
Hasta el momento, el Gobierno de Uganda ha confirmado 101 infecciones de COVID-19. Consciente de la vulnerabilidad de su sistema sanitario, ha prohibido los desplazamientos internos y cerrado sus fronteras, entre otras medidas drásticas.
Guías de safaris, conductores, guardabosques, conservacionistas, trabajadores de hoteles, vendedores de suvenires miran con preocupación el futuro.
Mary Namutono no se sorprende al descubrir un hipopótamo pastando delante de su habitación. Estos encuentros son parte de su rutina desde hace dos años, cuando comenzó a trabajar en un hotel del Parque Nacional de la Reina Isabel (oeste).
«Pero ahora que el hotel está en silencio, tengo la sensación de que los animales se acercan aún más», dice Namutono a Efe.
Namutono no se acostumbra a pasar todo el tiempo en su cuarto, sin hacer nada más que leer o charlar con sus compañeros. Desde hace semanas, las únicas habitaciones ocupadas son las de los empleados.
La interrupción inesperada del turismo es un golpe duro para los trabajadores del sector, los programas para la conservación de la naturaleza y la economía nacional. Esta industria es la principal fuente de divisas extranjeras de Uganda.
Según el Gobierno, la industria del turismo en Uganda generó cerca de 1.400 millones de dólares (1.293 millones de euros) en 2017: el 10 por ciento del producto interior bruto (PIB). El número de turistas creció desde 850.000 en 2008 a 1,4 millones en 2017.
La supresión del turismo es el mayor obstáculo que ha encontrado el santuario de rinocerontes blancos de Ziwa (centro) desde su apertura en 2005, confiesa a Efe su directora, Angie Genade.
«Hasta el 90 por ciento de nuestro presupuesto procedía de los ingresos del turismo», señala Genade.
El santuario de Ziwa empleaba a 148 trabajadores. Cada grupo de rinocerontes blancos era escoltado por guardabosques las 24 horas. Era la única manera de proteger a estos mamíferos, uno de los más codiciados en el mercado negro.
El santuario ha lanzado una campaña para recaudar fondos en sus redes sociales. Si no consigue más dinero, el programa cesará.
Pero el de Ziwa no es el único proyecto conservacionista con problemas. En Uganda, la simbiosis entre el turismo y este tipo de programas es bastante común.
Por ejemplo, la agencia gubernamental que gestiona los diez parques nacionales del país, la Autoridad para la Vida Salvaje de Uganda (UWA, por sus siglas en inglés), depende completamente de los ingresos del turismo.
Uganda tiene la responsabilidad de defender a los últimos gorilas de montaña que quedan en el mundo, entre otras especies amenazadas, como el chimpancé o el picozapato. Sin el dinero de los turistas, será mucho más difícil.
La UWA sostiene que, aunque la falta de turismo entorpecerá sus actividades, ha reunido fondos para mantener a sus empleados, proteger los espacios naturales y minimizar los conflictos entre las comunidades y los animales hasta julio de 2021.
«Será complicado. Pero nosotros seguiremos protegiendo los espacios naturales», declara a Efe el portavoz de UWA, Bashir Hangi.
«La hospitalidad de los ugandeses y las atracciones turísticas -asegura Hangi- permanecerán intactas. Cuando la crisis termine, estaremos preparados para dar la bienvenida a los turistas».
Pablo Moraga