México, 20 dic (EFE).- Antes de la llegada de los españoles y de tradiciones cristianas como la Navidad, los mexicas conmemoraban el nacimiento de su dios patrono, Huitzilopochtli, durante una cruenta ceremonia denominada Panquetzaliztli en el decimoquinto mes de su calendario.
De acuerdo con el mito mexica, el nacimiento de Huitzilopochtli fue, como el de Jesús, producto de una preñez peculiar. Su madre, Coatlicue, diosa de la tierra, hacía penitencia en el cerro de Coatepec cuando quedó embarazada mágicamente por una bola de plumas que cayó sobre ella. Pero allí termina la analogía.
«Cuando sus otros hijos se enteraron de aquel embarazo misterioso se indignaron y acordaron ir a Coatepec para matar a su madre», refiere el destacado arqueólogo y antropólogo Eduardo Matos Moctezuma en su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua (2015).
Encabezados por Coyolxauhqui, diosa de la luna, los Centzon Huitznahua (estrellas meridionales) marchan en escuadrones para cometer el matricidio. «No tomaron en cuenta que quien estaba en el vientre de su madre era, ni más ni menos, que el dios solar y de la guerra, el belicoso Huitzilopochtli», dice Matos.
«Este es avisado de lo que pretenden sus medios hermanos y se prepara para nacer y combatirlos. El portento ocurre y el dios solar es parido por el oriente por su madre, la tierra, armado con la serpiente de fuego o xiuhcóatl, que puede interpretarse como el rayo matutino que habrá de eclipsar a la luna y las estrellas.
Con ella ataca a sus enemigos y el fratricidio se cumple», añade.
El doctor Adán Meléndez García, arqueólogo y experto en fiestas rituales prehispánicas, dijo a Efe que los mexicas, o aztecas, conmemoraban el nacimiento durante la ceremonia del Panquetzaliztli, que se efectuaba en la ciudad de Tenochtitlan, capital de su imperio, el decimoquinto mes de su calendario (del 19 de noviembre al 8 de diciembre).
«La fiesta comenzaba con bailes y cantando el Tlaxolecáyotl, alabanza a Huitzilopochtli. Se iniciaba al caer la noche y concluía a la medianoche», expuso.
UNA CEREMONIA CRUENTA
De allí las cosas se ponían truculentas. Los esclavos que serían sacrificados al dios iban a despedirse a la casa de sus dueños y dejaban marcadas sus manos en tinta azul sobre los postes y el umbral de las viviendas.
Todos se dirigían a un recinto llamado Calpulco, donde los esclavos bailaban en el patio. Luego los sentaban en petates y les daban de comer y de beber, velando la noche entera. A medianoche se les cortaba el cabello de la coronilla.
Al amanecer los sacerdotes bajaban una efigie del dios Painál, doble y representante de Huitzilopochtli, y lo dirigían hacia el Juego de Pelota, donde eran sacrificados dos cautivos.
Painál comenzaba una peregrinación que iba de Tenochtitlan a Tlatelolco seguido de mucha gente. De ahí se dirigían a Tacuba, Popotlán, Chapultepec, Coyoacán, Iztacalco y finalmente Acachinanco, lugares situados en la actual Ciudad de México.
Mientras se llevaba a cabo esta peregrinación en la ciudad se llevaba a cabo una lucha entre los cautivos, representando el combate entre Huitzilopochtli y los Centzon Huitznahua.
Durante la lucha se mataban unos a otros y tomaban cautivos. La lucha terminaba con el regreso de Painál.
Los cautivos y los esclavos daban una vuelta al templo. Uno de los sacerdotes bajaba papeles blancos llamados tetepoalli que eran colocados en un Cuauhxicalco, plataforma sobre la que se realizaban sacrificios al pie del templo. Después otro sacerdote bajaba la xiuhcóatl (serpiente de fuego), colocándola igualmente en el Cuauhxicalco.
Se enviaba a los que se iba a sacrificar a subir al templo, primero los cautivos y detrás los esclavos. «Eran sacrificados en el mismo orden. Bajaban los cuerpos rodándolos por las escaleras», contó Meléndez.
«Al día siguiente los viejos, las viejas, los casados y los principales bebían matlaluctli, o pulque azul, y había comidas en las casas de los dueños de los esclavos. Había una nueva pelea con ramas de oyamel y cañas, esta vez entre los mozos del Calmécac (escuela para los hijos de los nobles) y los del Calpulco. Se tomaban cautivos para punzarlos», indicó el experto.
Al final de la fiesta, «todos se bañaban, enjabonaban y lavaban sus cabezas para regresar a sus casas».
Si bien algunas fuentes consideran que el Panquetzaliztli fue aprovechado por los evangelizadores españoles para introducir la nueva religión, derivándose de esta ceremonia las tradicionales Posadas, Meléndez sostiene que no sobrevivieron elementos del Panquetzaliztli a la Conquista en 1521.
Los conquistadores dieron cuenta de torres de cráneos de personas sacrificadas por los mexicas, y sus relatos han sido confirmados por hallazgos arqueológicos.
Según la cosmología mexica, Huitzilopochtli libraba una guerra perpetua contra la oscuridad, y si esta ganaba el mundo terminaría. Para mantener al sol moviéndose a través del firmamento y preservar sus propias vidas, los mexicas debían alimentar a Huitzilopochtli con sangre y corazones humanos.
Pero los sacrificios también desempeñaban otra función: la intimidación.
La muerte ritual de cautivos y el despliegue de montones de cráneos eran macabros recordatorios del despiadado poderío de los mexicas para los pueblos a los que sometían.
Paradójicamente, fue esta implacable dominación lo que motivó a los pueblos sojuzgados a aliarse con las huestes de Hernán Cortés para poner fin al imperio mexica, sembrando la semilla del México actual.