México, 18 nov (EFE).- Como cuando salía de la adolescencia y estudiaba guitarra en el conservatorio de La Habana, la novelista cubana Karla Suárez sigue rendida ante el hechizo de la música, que ahora traza el camino de su escritura.
«Tengo una estructura mental que funciona como los compases de la música. Para mí es importante el ritmo de la novela, la musicalidad de las palabras», asegura en entrevista a Efe la narradora, una de las voces más auténticas e inquisitivas de su generación en Cuba, según el Premio Princesa de Asturias Leonardo Padura.
Hija de una maestra de literatura, Suárez creció rodeada de libros. A los ocho años intentó escribir su primera novela, sin embargo sus obsesiones eran la música y las matemáticas, así que se fue al conservatorio donde recibió una formación, útil muchos años después cuando se hizo autora de ficción.
«En mis manuscritos los capítulos tienen la misma cantidad de páginas; es una cosa que sale natural. La novela está en un compás, en cada compás entra la misma cantidad de notas. Por eso cada capítulo tiene más o menos la misma cantidad de palabras», confiesa.
Suárez, residente en Lisboa, visitó México para tomar parte en el Festival Cuadernos Hispanoamericanos en el que presentó una crónica de gran valor humano sobre La Habana, su ciudad de nacimiento que hace un par de días cumplió 500 años de fundada.
Escribir lejos de esa Habana, en Roma, París y Lisboa, donde ha vivido desde que emigró en 1998, le dio a la narradora una perspectiva para salirse de sus historias.
«Mis novelas están situadas en la Cuba que crecí, un país que ya no existe, necesitaba separarme de cosas cercanas a mi piel que me ponían triste o me alegraban. Para escribir necesitas liberarte de ciertos sentimientos, si no corres el riesgo de ser demasiado sal o demasiado pimienta», explica.
El acento Caribe de esta escritora está suavizado por las musicalidad del italiano, el francés y el portugués, pero delata la pinta de habanera.
Cuba, la de su niñez, su adolescencia y su juventud hasta los 29 años es la que aparece en sus novelas «Silencios» (1999), sobre la familia, «La viajera» (2005), acerca de la emigración, «Habana año cero» (2011), con historias sobre la crisis económica de los años 90, y «El hijo del héroe» (2011), que cuenta una desgarradora historia sobre la incursión de Cuba en la guerra de Angola.
«Me siento lo que soy, cada uno es el producto de cada día de su vida. No estoy cerca de la santería, aprendí a bailar casino tarde, aunque sí le ofrezco a los santos el primer trago de la botella de ron», revela al referirse a tres mitos relacionados con Cuba.
Sentada en un bar en el Palacio de Bellas Artes, Karla Suárez bebe de a poco un té de hierbabuena. Está a unos metros del lugar donde en febrero de 1976 el peruano Mario Vargas Llosa golpeó al colombiano Gabriel García Márquez y reconoce que la generación del ‘boom’ liderada por esos dos maestros fue clave en su vida.
«A Vargas Llosa lo leí temprano, a García Márquez igual, pero el autor que me marcó fue Julio Cortázar, a los 16 años me leí ‘Rayuela’ con la tabla guía y después la releí cada año durante mucho tiempo. Lo hice de varias maneras un montón de veces», confiesa.
Dice que si pudiera tomarse un café con un personaje de la literatura elegiría a Horacio Oliveira, el protagonista de «Rayuela», aunque no está segura de que el hombre hecho de palabras pudiera ser simpático.
«Me hubiera gustado conocerlo, lo imagino insoportable aunque un café sí me podría tomar con él. Con Cortázar sería diferente; con el maestro me echaría un whisky», dice, y sin darse cuenta liga ficción y realidad como hacen los novelistas.
Karla Suárez ha recibido un montón de reconocimientos en los últimos 20 años. Su novela «Habana año cero» conquistó el Cabaret del Caribe y el premio del libro Insular del 2019; «Silencios» se llevó en España el Premio «Lengua de trapo» de 1999,y este año su pieza «Un pañuelo» ganó el Iberoamericano Julio Cortázar de cuentos, por mencionar algunos.
Sin embargo eso no cambió la veta musical enriquecida cuando salía de la adolescencia y estudiaba en el conservatorio de La Habana. Después de eso se hizo Ingeniera en Máquinas computadoras, pero igual su andar por la vida continuó entre arpegios y acordes.
«A veces grabo los capítulos para ver cómo suena porque para mí sigue siendo importante la música de las palabras», insiste.