París, 3 mar (EFE).- Perder espectacularidad y ganar simplicidad. Esta parece ser la consigna que la francesa Virginie Viard, al frente de la «maison» Chanel desde hace ya un año, ha puesto en marcha en el seno de la firma, que este martes desveló una pasarela de blancos y negros, siluetas fluidas y un punto adolescente.
Viard es discreta, mantiene un perfil bajo como directora creativa de la marca de moda más famosa del mundo y eso se nota en sus colecciones que, de momento, están dejando de lado los fastuosos decorados del difunto Karl Lagerfeld.
Donde el alemán antes ponía una estación espacial, Viard pone un jardín; si el «Káiser» recreaba una Torre Eiffel, ella prefiere instalar un suelo de espejos como si fuera una pista de hielo, con una máquina de humo que crea una niebla baja, como hizo hoy en el Grand Palais de París.
Prácticamente todas las tendencias que las pasarelas internacionales han anticipado para el próximo otoño-invierno se vieron este martes en Chanel: camisas con chorrera, botas de caña media tipo corsario, en piel negra con vuelta marrón y un accesible tacón medio, pantalones de terciopelo, cazadoras de piel cortas y mangas abullonadas.
La colección tuvo un aire ochentero, con pantalones cortos tipo culotte sobre medias traslúcidas bordadas con el logo de la firma, joyas doradas con exagerados brazaletes, cinturones en color oro.
Esta, junto a unas cruces bizantinas en jerséis y tops cortos, fue la única salida al minimalismo que se permitió Viard, para quien el combo blanco y negro que hizo famosa a Madame Chanel es la apuesta de colores en la que parece sentirse más cómoda.
Tan solo rompió el binomio para añadir algún toque de burdeos, magenta y un par de trajes de chaqueta y abrigos de lana «tweed» en color lima.
Los trajes en «tweed» fueron más fluidos que nunca, los pantalones se llevaron anchos y abiertos con botones hasta la cadera, los abrigos masculinos abiertos y largos hasta alcanzar la tibia, las chaquetas de terciopelo cortas y las faldas midi abiertas para facilitar el movimiento.
Viard quería que se respirase naturalidad: un maquillaje ligero con un discreto ahumado marrón en ojos y un semirrecogido -bastante fácil de copiar en casa- levantado en la nuca.
La modelo holandesa Rianne Van Rompaey, uno de los rostros del momento, y la italiana Vittoria Ceretti, musa de Lagerfeld, desfilaron juntas, riendo y hablando entre ellas. Al cierre, la top Gigi Hadid, Mona Tougaard y Hyun Ji Shin, repitieron la escena vestidas en blanco, negro y blanco.
Hadid, la modelo milenial por excelencia con casi 60 millones de seguidores en Instagram, encarnó un homenaje a la histórica portada con la que la directora de la edición estadounidense de Vogue, Anna Wintour, se estrenó en la revista.
Era noviembre de 1988 y, en portada, la israelí Michaela Bercu vestía una chaqueta de alta costura de Christian Lacroix y unos vaqueros. Aparecía risueña, mirando de perfil, con los ojos cerrados, sin apenas maquillaje y con la mirada al viento: la moda nunca había visto algo así y muchos pensaron que había sido un error.
La propia Wintour explicó años más tarde que la fotografía, tomada por Peter Lindbergh, había sido simplemente fruto del azar y que la eligieron por sus buenas vibraciones y la sensación de cambio que transmitía.
Hoy, en Chanel, las modelos sonreían, caminaban tranquilas, hablaban entre ellas y hasta miraban al público con sus sudaderas de cruces de pedrería y su cabello al viento.
Viard parece sentirse cómoda en esa simplicidad, pero el público no está tan convencido. Al terminar, los comentarios de los invitados variaban en todos los sentidos: ¿sigue siendo una transición o esto es Chanel a partir de ahora?
María D. Valderrama