Llegamos al peor de los escenarios, donde el doctor López-Gatell dice verde y la gente comienza a sospechar que es verde, que afirma que el pico de la pandemia en nuestro país será la semana entrante y que ésta se prolongaría hasta octubre y nos entran escalofríos, pues sabemos que lo suyo no es el arte de predecir, pues en él se cumple el chiste, malo, de que los economistas son aquellos especialistas que se pasan la vida justificando porqué sus predicciones previas se equivocaron.
Por lo pronto ya supimos que ese ‘valor interior’ de los mexicanos, ese que según AMLO nos libraría del impacto de la pandemia sirvió muy poco, casi menos que los famosos ‘detente’, pues si algo quedó claro es que el pensamiento mágico está muy bien para que las personas vean satisfechas sus necesidades de creer en algo, para escribir novelas y hacer folclor, pero que situaciones como ésta requieren criterios científicos, lo mismo que los problemas económicos y tantas crisis paralelas en las que nos estamos hundiendo.
Pero para no seguir abundando en obviedades y dando por sentado que una visión pre moderna de la realidad no nos salvará de nada, y volviendo con el doctor Gatell, duplicado el número de muertos que vaticinó, tras consultarlo en quién sabe qué oráculo, su actuación, que tiene que ver más, se ha dicho y comprobado, con complacer a su jefe acomodándole, mal por cierto, los hechos a sus discursos, recuerda ese episodio histórico que es recordado como ‘El gran chasco’, que refiere a una secta cristiana estadounidense que se aventuró en la delicada tarea de predecir la fecha del fin del mundo.
La secta se conoce como ‘millerita’ en honor, o para deshonra de su fundador, un iluminado que se llamaba William Miller, que usando numerología esotérica, el Libro de Daniel y algunos hechos bíblicos, aseguró que el fin de los tiempos llegaría entre el 21 de marzo de 1843 y el mismo día de 1844, lo que llenó de histeria a los seguidores de aquel dirigente, lo que nos hace recordar que estos iluminados llenan las páginas de historia, justo porque siempre hay masas de individuos dispuestos a creer e incluso necesitados de hacerlo.
Como Jesucristo no vino a la tierra en ese señalado año, según nos consta, Miller dijo que lo suyo era un error de cálculo, adaptó sus cuentas al calendario ritual judío y fijó la nueva fecha para la segunda venida del Mesías sería con fecha límite del 22 de octubre de 1844, luego en 1868 y después en 1873, tras lo cual muchos de los seguidores del dirigente dejaron el movimiento; muchos pero no todos, pues fallada la predicción se inventaron otras y los hubo dispuestos a seguir creyendo, lo que dio pie a la ceración de la Iglesia Adventista, que sigue activa y desde hace 150 años piensa que la consumación de los tiempos puede pasar mañana o pasado.
Y es que la penosa situación que estamos viviendo tiene su origen, y esto es lo que deben entender los que intentan presentarle hechos al mandatario, en que los hay dispuestos a creer en cualquier cosa que niegue los hechos que suelen ser desagradables y tienen la mala costumbre de no ceñirse a voluntades de los que creen que su palabra es sinónimo de la verdad.