México, 31 ago (EFE).- Cuando ejecuta sus clavados más peligrosos desde 10 metros de altura, la mexicana Gabriela Agúndez suele sentir una corriente que baja por el espinazo y se aloja en su estómago; es el miedo, el animal etéreo que los saltadores saben cómo domesticar.
«Es imposible no sentirlo, siempre hay miedo porque es peligroso tirarse desde tan alto, pero con concentración lo suelo vencer», confiesa en entrevista con Efe la joven de 19 años, subcampeona panamericana en los saltos por pareja desde la plataforma.
El pasado 4 de agosto, día de su cumpleaños, Agúndez alcanzó la mayoría de edad en su deporte al ganar plata en los Panamericanos de Lima en la final de saltos por parejas desde la plataforma 10 metros.
Fue una competencia milagrosa porque, además, se dio el lujo de hacer equipo con la medallista olímpica Alejandra Orozco, quien hace unos años fue su deportista a seguir.
«Yo tenía 12 años cuando la vi ganar plata olímpica en Londres a sus 15 años. Verla en la tele tan chiquita me hizo entender que se podía y ahora es la compañera de saltos con quien comparto el sueño de ser de las mejores del mundo», explica.
Originaria de La Paz, Baja California, Agúndez fue a los cuatro años una niña con futuro en la gimnasia hasta que en un tiempo libre de su clase de natación, a los siete, se lanzó del trampolín de tres metros y supo por dónde iba a ir su vida.
«Todo cambió ese día, dije ‘esto es lo mío’ y enseguida quise aventarme de la plataforma de cinco metros y de la de siete, confiada en un día hacerlo de la de 10», explica.
Con el tiempo legaron los saltos de alto grado de dificultad hasta que a los 14 años logró el sueño de ser llamada a la selección mexicana para los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Veracruz 2014 en la que fue la deportista más joven de la delegación y a pesar de eso ganó medalla de oro en los saltos por equipos.
El futuro parecía promisorio, pero un día perdió la alegría de saltar, abandonó su equipo en la Ciudad de México y regresó a La Paz con la única expectativa de ser abrazada y olvidar todo lo demás.
«De lo malo de aprende más. Aquel momento, con casi 17 años, me marcó porque dejé de sentirme cómoda y me fui con el único deseo de estar con la familia», revela.
Fue entonces que Agúndez empezó a extrañar la corriente que baja por el espinazo y tomó la decisión de provocarla de regreso a los entrenamientos.
El primer milagro llegó cuando la llamaron para hacer equipo con Orozco, a quien bajó del altar en el que la tenía y la convirtió en cómplice con la meta de crecer y hacer camino a los Juegos Olímpicos de Tokio 2020.
La dupla dio el campanazo al ganar plata en Lima detrás de las canadienses Meaghan Benfeito y Caeli Mckay, saltadoras de clase mundial que solo pudieron superar a las mexicanas en el último clavado.
«Ahora todo será cuestión de creer. El nivel lo tenemos, nos faltan detalles por pulir de aquí al Preolímpico de febrero y a los Juegos Olímpicos de Tokio», asegura.
El próximo lunes, en Guadalajara, Agúndez comenzará la preparación rumbo a Tokio 2020. Allí, junto a Alejandra Orozco, volverá a sentir una corriente en la espalda, reconocerá en ella al animal etéreo que acompaña a los saltadores y domesticarlo volverá a ser un buen reto para comenzar.