Para no hacer el prólogo largo, diremos que la idea de la transparencia pública y hasta la idea carcelaria del panóptico, luego traducido por George Orwell en ese “Gran Hermano” de su novela “1984”, fueron originalmente una idea que nos viene de la Revolución Francesa, que sostenía que una sociedad democrática tenía ser absolutamente transparente, pues sus ideales de libertad, igualdad y fraternidad sólo podían darse en un medio social donde las acciones, sobre todo de los gobernantes, fueran de todos conocidas.
Pervertidas las ideas de la revuelta francesa, que degeneró en el terror y luego en Bonaparte, esa idea de absoluta transparencia fue retomada y degenerada por esa otra gran utopía fracasada, la de la Revolución Rusa de 1917, que terminó con una tiranía que duró siete décadas y en donde se oficializó la opacidad de las clases gobernantes y la desnudez de una sociedad a la que se llevó a la aberración de espiarse a sí misma.
Como sea esto de invadir la privacidad de los ciudadanos, cuando no súbditos esclavizados, fue refinada hasta extremos nunca antes vistos en la ya extinta República Democrática Alemana, donde su cuerpo de seguridad interior, la tristemente célebre y recordada Stasi, creo una red de informantes que en su momento de más éxito, tuvo a un espía por cada cinco ciudadanos, de tal manera que padres, madres, hermanos, primos o tíos, vecinos y supuestos amigos, se convirtieron en delatores de los suyos, una situación de delación permanente que bien se representó en el filme “La vida de los otros”, que aquí se pudo ver en el 2007.
Otro ejemplo de cómo la delación se vuelve un valor en sociedades tiranizadas bajo un régimen opresor es el de la Revolución Cultural China, donde los hijos delataban a sus padres, lo mismo que en la Camboya del asesino Pol Pot y sus Khmers Rojos, donde se llegó al extremo de desolar los núcleos urbanos y llevar a sus habitantes a las selvas, pues la ciudad era símbolo de pensamiento burgués y conservador.
A esos extremos llegan los sueños de los que se creen sus utopías y quieren destruir el viejo mundo para tratar de moldearlo a la semejanza de sus ideas.
Antier nos dio una muestra de que su pensamiento contiene aristas de esa peligrosa forma de pensar el líder nacional de MORENA, Alfonso Ramírez Cuéllar, quien habló de la iniciativa de hacer del INEGI el gran aparato de inteligencia interior y el gran delator, proponiendo que esta entidad descentralizada se convierta en el chivato que entre, sin impedimento legal, para lo que le importan a los utopistas las formalidades de la ley, entrar en las viviendas de los mexicanos para ver quien tiene allí, él pretende que oculto por mal habido, un reloj de oro, una pantalla plana o un tapete persa de gran valor.
Este sujeto dice que no se trata de elaborar una catálogo de “riqueza” no declarada, sino de medir la desigualdad, desigualdad que por cierto está creciendo a raíz de la ya prolongada crisis económica causada por las erráticas políticas de la llamada 4T y que por lo demás, aunque él no lo sepa, está ya bien reflejada en las cifras del propio INEGI y las del CONEVAL, que ven cómo se están desintegrando las clases medias, cuyos miembros caen en la pobreza, mientras los pobres de antes están ahora anotándose en la lista de los miserables.