México, 4 jun (EFE).- Siempre en un discreto segundo plano y en muchas ocasiones con una máquina de coser como su principal arma de supervivencia, las mujeres fueron claves en la exitosa integración del exilio republicano español en México hace ahora 80 años.
La mayoría pisó tierra en el puerto mexicano de Veracruz entre mayo y julio de 1939. Los barcos de la Libertad, Sinaia, Ipanema y Mexique, desembarcaron a miles de exiliados republicanos en México huyendo de la Guerra Civil española con un único equipaje: una maleta repleta de dignidad para salir adelante como fuere.
Otros llegaron más tarde en el barco de la esperanza, el Nyassa, que hizo varios viajes transportando refugiados a México en 1942. Todos estos buques desembarcaron varias veces con diferente número de exiliados en Veracruz hasta 1942. Se calcula que entre 22.000 y 30.000 españoles llegaron al país en aquellos años.
Al cumplirse ahora los 80 años de la llegada de los primeros exiliados republicanos españoles la ciudad de Veracruz recordará el aniversario con actos culturales, artísticos y literarios del 12 al 16 de junio.
Contará con la participación del Ateneo Español para destacar lo que los españoles recibieron de México y, a su vez, su enorme aportación a la cultura, educación y economía mexicana.
Si algo une a todos los refugiados españoles republicanos en México es su capacidad de adaptación y su falta de rencor. Llegaron con las manos vacías, justo con la ropa que llevaban encima, a un país que los recibió con los brazos abiertos.
México les proporcionó alguna pequeña ayuda. La mayor de ellas: una máquina de coser a algunas de las exiliadas que dio de comer a muchas familias hasta que los hombres pudieron ganarse la vida.
La determinación de las mujeres fue clave del éxito del exilio español en México por su capacidad de adaptación, fortaleza y sacrificio para que sus hijos salieran adelante, estudiasen en la universidad y tuviesen una vida mejor, asegura Concepción Michavila García nacida el 9 de septiembre de 1938 en Barcelona.
Llegó en el Sinaia desde Francia con sus padres y una hermana, estudió en el colegio Madrid donde fue profesora y se licenció en Biología por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), además de ser fundadora y miembro del Patronato del Instituto Escuela en la Ciudad de México.
Está casada con José María Cid, otro exiliado español nacido en Tortosa en 1933, que tras cruzar la frontera pasó una temporada en Francia hasta embarcarse en el último viaje del Nyassa.
«Cruzamos la frontera mis padres, mi hermana y mi tía y ahí nos separaron. A mi padre a un campo de concentración, a mi madre y a mí a un hospital y a mi tía y a mi hermana las llevaron cerca de París», recuerda Concepción mientras José María enseña con orgullo la funda de su teléfono del Barcelona durante su entrevista con Efe, para que aparezca bien prominente en las fotos.
«Mi madre se adaptó mejor. Con la máquina de coser nos daba de comer. No regresaron a España hasta el gobierno socialista de Felipe González (1982)», agrega.
De juez en Vinaroz su padre pasó a vender las mermeladas caseras elaboradas por su esposa en la Ciudad de México. «Años después, mi padre llegó a gerente de una fábrica de aceites y mi madre pudo descansar, dejando de coser para afuera», agregó.
Gracias a esta máquina de coser, Concepción estudió biología. Otra máquina de coser dio de comer a su esposo, José María Cid, ingeniero. Como muchas otras españolas exiliadas, la madre de José María Cid cosía y bordaba.
Otro ejemplo de la tenacidad de las mujeres españolas en México es Lucinda Urrusti, exiliada española de la Guerra Civil, nacida 26 noviembre de 1926 en Melilla, Marruecos Español. Llegó a Veracruz, México, en el Sinaia en 1939.
Su padre, militar, no pudo ejercer su profesión en México debido a que la ley establece que solo los mexicanos de nacimiento ingresan en el Ejército. «Empezamos el exilio fatal aunque a mi madre le regalaron una máquina de coser y con eso pudimos comer», recuerda Lucinda.
«Mi padre tuvo que trabajar de obrero en una fábrica de pinturas y se intoxicó. No fue una vida fácil», recuerda esta pintora referente artística en México.
Otro caso de éxito en la integración a México lo representa Manola Ruiz-Funes, quien llegó a México en noviembre de 1940 en un barco procedente de Amberes junto a su madre y hermanos y su padre Mariano Ruiz-Funes, penalista y político español.
«Carmen, mi madre, se adaptaba en todos lados», recuerda Manola. «Su propia madre murió dando a luz a su hermanito así que era una mujer que se valía por sí misma desde niña. Las mujeres llevaban mejor el exilio que los hombres».
Recuerda que «entre varias exiliadas se compraron una máquina de coser para obtener ingresos. Mi mamá cosía unas cosas que a mí me parecían trapos. ¡Resulta que eran pañales! Para nuestra hermanita mexicana, Conchita, que nació al llegar aquí», rememora.