En México la nobleza quedó abolida con la Independencia, aunque la abolición de cualquier título nobiliario quedó consagrada en la Constitución de 1857, cuyo Artículo 12 declaraba la inexistencia de cualquier pretensión de nobleza, convirtiéndonos así en ciudadanos de una República –ahora al parecer negada-, y no en súbditos de ningún linaje, sin que nadie en este país pueda alegar superioridad ante la ley alegando cuestiones de nacimiento, aunque esto tiene sus asegunes.
Hablamos de esto ahora que la monarquía española enfrenta una severa crisis, luego de la salida del ‘rey emérito’ Juan Carlos I de Borbón de territorio español, justo cuando la justicia ibérica indaga sobre varios, graves y hasta ahora presuntos escándalos de corrupción por parte del primer monarca de la democracia española, un asunto de interés marginal para nosotros, aunque en el entendido de que mientras nuestro territorio estuvo ligado a la Corona tres siglos, apenas cumpliremos el bicentenario de la consumación de nuestra independencia.
El tema como sea tiene interés, más que a un vínculo roto hace doscientos años, como una lección de que la grandeza de algún momento no garantiza la ejemplaridad posterior, pues hasta hace poco Juan Carlos era una figura clave para la transición española y la consolidación de la democracia luego de la muerte de aquel tirano sanguinario que fue Francisco Franco y Bahamonde, autoproclamado ‘Caudillo de España’, luego de la cruenta Guerra Civil y una dictadura que se prolongó desde 1939 hasta 1975.
Con el pretendiente al trono español, Juan de Borbón, su padre, exiliado en Portugal y bajo la protección del dictador, Juan Carlos fue señalado como heredero a la jefatura del Estado Español por Franco en 1969 y coronado poco después de la muerte de este, en noviembre de 1975, Franco se convirtió no en la cabeza del régimen dictatorial, luego de la renuncia a sus derechos dinásticos de su progenitor en 1974, sino de un nuevo régimen, la monarquía constitucional del Reino de España.
Poco tiempo después, en febrero 12 de 1981, radicales militares que pretendían el retorno al viejo orden ordenaron el asalto a las Cortes Españolas por parte de Antonio Tejero, con el apoyo de algunas unidades sublevadas, como la de Valencia que encabezaba Jaime Milans de Bosch y el apoyo del tutor del rey, el general Alfonso Armada, asonada militar que fue abortada por la intervención enérgica del ahora rey emérito y huido, quien en la madrugada del día después demandó la lealtad de las fuerzas castrenses a la Constitución de 1978, convirtiéndose en salvador y salvaguarda de la naciente democracia.
El monarca abdicó hace 6 años en favor de su hijo, Felipe VI y a seis años de haber dejado el trono (siempre simbólico), ahora deja el país acusado de numerosos casos de corrupción, lo que demuestra que desafortunadamente es una realidad el poder corruptor del poder, pues aquel monarca ejemplar que salvó la democracia española, ahora sufre el escarnio del que es señalado como un corrupto, cuya grandeza cedió a sus ambiciones y a su gusto por el dinero, al parecer en carretadas de millones de euros.