París, 16 jun (EFE).- Cuesta pensar que de una sonrisa infantil y una mirada dulce han salido monstruos, pero todo resulta enigmático en Leila Slimani, premio Goncourt 2016, cuya atracción por la perversión esconde una confianza inquebrantable en el ser humano: «No creo en los monstruos», dice en una entrevista con Efe.
Antes de empezar la entrevista, Slimani dice que prefiere ceñirse a hablar de literatura: «Es un error que un escritor se convierta en comentarista». Pero como todo es política, al final no se contiene.
Comprometida con la defensa de los derechos sexuales en Marruecos y madrina de una asociación de reinserción de prisioneros en Francia, Slimani (Rabat, 1981) ve en la cultura y la educación la herramienta para recuperar a los marginados.
«No creo en los monstruos, no creo que debamos dejar a la gente vivir fuera de la sociedad. Siempre hay que intentar atraerlos de nuevo hacia nosotros», dice esta creadora de ogros literarios.
Louise, protagonista de la escalofriante novela «Canción Dulce», que le valió el Goncourt en 2016, la liberó. Aquella niñera miserable, solitaria e incomprendida, que asustó a los padres del París más «bo-bo» (bohemio-burgués), le valió un premio que le ha permitido seguir escribiendo de lo que le ha dado la gana.
Porque Slimani presume sobre todo de ser una mujer libre. Y no es solo que lo diga, es que se ve.
Su discurso es tan tajante como las palabras que dan forma a sus antiheroínas: primero vino Adèle, la madre primeriza de «En el jardín del ogro» que escondía una salvaje adicción al sexo que la llevaría hasta la perdición.
Después Louise, que puso rostro al clasismo y la desigualdad en la vida doméstica y también acabó en tragedia («El bebé ha muerto», es la primera frase de «Canción Dulce»).
Pero Slimani, que acaba de sacar en Francia «El país de los otros. La guerra, la guerra, la guerra» (primera parte de una trilogía homónima que en España publicará Cabaret Voltaire), defiende a sus antiheroínas. Las defiende con su propia obra que sigue un hilo claro, deslenguado e instigador.
«Me fascina el individuo, la vida doméstica. Cómo las mujeres son alienadas y aplastadas por la maternidad, el matrimonio, por lo que se espera de ellas. Me fascina la dificultad de las mujeres para ser egoístas», dice en la terraza de un bistró parisino, adonde llega con las bolsas de la compra (tiene que llevar sus zapatos al zapatero).
EL PAÍS DE LOS OTROS
Su nueva novela ha conseguido resistir al confinamiento. La editorial Gallimard la publicó días antes de que Francia impusiera las restricciones sanitarias que mantuvieron al país en pausa, pero el libro no se ha bajado de la lista de más vendidos en tres meses.
En español, Cabaret Voltaire debía publicarla en septiembre, pero la crisis también ha retrasado la salida hasta febrero.
El libro recupera la aventura de sus propios abuelos maternos, ella alsaciana, él marroquí, combatiente en el ejército colonial durante la Segunda Guerra Mundial. Se conocieron durante el conflicto en Francia, se casaron y se trasladaron a Marruecos.
El resto es una ficción sobre la familia en un país dividido que busca su independencia, con el fondo de la decepción del matrimonio, e incluso de la familia.
«El país de los otros es ser un extranjero en tu propia casa o país. Es un sentimiento que conozco bien, crecí en Marruecos teniendo la sensación de representar los valores de una minoría: el laicismo, el derecho de los homosexuales, el aborto, pero también me sucede en Francia. A menudo me siento en una posición de marginalidad», explica.
LA GUERRA, LA GUERRA, LA GUERRA
Si ella no quiere hablar de actualidad, la actualidad la persigue. Hace unos meses no podía saber que el título de la primera parte de esta trilogía tendría un eco tan potente en el presente.
«La guerra, la guerra, la guerra» hace referencia a la frase inicial del personaje de Escarlata O’Hara en «Lo que el viento se llevó» y es para ella un guiño al papel de las mujeres en la guerra, que viven hasta en el interior de sus casas.
Setenta años después de su estreno, la película está siendo revisada por presentar desde un prisma bondadoso la esclavitud.
Antes de acabar la entrevista y encontrarse con su madre -una de las primeras médicas en Marruecos-, la escritora recuerda que la primera vez que vio el filme, sus padres le contaron que Hattie McDaniel (la inolvidable Mammy) fue la primera mujer negra en ganar un Oscar, pero tuvo que sentarse aparte y esperar en un pasillo separado antes de recibirlo.
La novela es también una de sus favoritas: «Odiosa por dar una visión angelical de lo que es la esclavitud, pero moderna en el personaje de O’Hara».
«Todos los libros necesitan un contexto o nos contentaríamos con decir que Voltaire es un islamófobo y no podríamos ir muy lejos. Si la lectura fuera únicamente un juicio moral, habría que retirar la mitad de nuestras bibliotecas, pero no somos fascistas», defiende.
La joven estrella de las letras francesas, que intenta evitar los inflamables debates en redes sociales, responde como si el mundo no funcionara a golpe de «tuit». «Cuando no somos fascistas contextualizamos, reflexionamos y separamos la belleza de la ideología. Este debate es la prueba de que no lo somos», dice.
Por María D. Valderrama