Llevábamos medio día por la autopista. El calor arreciaba, paramos a cargar gasolina. Llenamos la hielera y compramos algo de comer, el dueño del establecimiento nos atendió con indicios de sorpresa. Hacía muchos meses que nadie pasaba por ahí. Se extrañó de vernos y no se quedó con la duda de preguntar hacia dónde nos dirigíamos.
-Sólo a ver a la familia, contestó Mateo.
No se quedó muy convencido.
Me tocaba manejar un par de horas más, la ubicación que nos habían mandado marcaba que faltaban 14 horas.
El asfalto ya estaba desgastado, las carreteras eran ahora la forma más segura para trasladarse de un lugar a otro. Sólo viajar de día eran las recomendaciones.
Pasaba algún trailer de vez en cuando, nos topamos con una pareja que por su equipaje ligero no iría muy lejos.
Tendríamos que parar a dormir.
Busqué un lugar descampado no muy alejado de la carretera, montamos casas de campaña y juntamos troncos para prender una fogata escondida tras los árboles, para no ser vistos.
Eréndira nos despertó con los termos llenos de café, para seguir nuestro viaje.
Me llamo Gerónimo, soy un sobreviviente.
Cuando el mundo forzó a la humanidad a pensar en el futuro, no lo hizo. Los enfermos morían, el Gobierno perdió el control, no sólo en México, en todo el mundo.
El mundo paró y ya nada fue igual. Primero escaseó la comida, el agua, la gente empezó a salir de las grandes ciudades y establecerse en el campo. Con los años aprendimos a sembrar y ser autosuficientes.
Pasamos por la ciudad de Durango. Desierta, llena de polvo, los árboles que algún día existieron ahora son ramas secas. Todo está cerrado. Avanzamos por las calles sin ver a nadie. No nos sorprendimos, los Estados de la República terminaron abandonados después de la pandemia. Tomó un par de años para que la gente huyera a buscar alimento a otro lado.
Nuestra ubicación marcaba 5 horas más. Le toca manejar a Laura, ella conoce esta ruta, de niña venia a ver a su abuela y pasaban en la sierra veranos completos con sus primas.
Encendió un cigarro.
-Tranquilo quedan varios,
La música se escuchaba, ya no hablábamos, era nuestra última esperanza. Queríamos seguir siendo esos guerreros y algún día poder contar nuestra historia. Eréndira abandonó la música, se quedó con su vieja guitarra. La tocará hasta que ya no tenga cuerdas. Mateo dejó de hacer planos para construir grandes edificios, ahora se están cayendo. Laura salvó muchas
vidas en la pandemia, que le arrebataron las ganas de vivir, hasta que nos conocimos. Mi cámara de cine está en la cajuela y juntos queremos ser parte de la siguiente historia.
La camioneta se paró en seco, me desperté con el frenón. Eréndira apagó el motor.
-Es la hora de brindar, si no encontramos lo que estamos buscando t e n e m o s que empezar de nuevo.
Levantamos nuestros vasos y nos miramos, las lágrimas corrían por mi rostro, no sé si de felicidad o de miedo.
La camioneta entró a una carretera sin pavimento, los árboles enmarcaban cada kilometro que recorríamos. Escuchamos el agua de un río, apagué la música.
Llegamos hasta una puerta de hierro, Mateo se bajó, la pudo abrir. A los pocos minutos vimos a lo lejos unos niños bañándose en el río. Nos bajamos cautelosos, la más pequeña del grupo nos sonreía
-¿Vinieron a nadar con nosotros?
Los cuatro, sorprendidos, nos metimos al agua, que al tocar mi rostro se fundió con la grán sonrisa que ahora ocupaba mi cara.
Laura manejó la camioneta atrás de nosotros que caminábamos siguiendo a los niños en silencio.
Llegamos a nuestro destino, un lugar en donde podemos volver a empezar, un lugar en donde no vamos a cometer los errores del pasado, un lugar lleno de sobrevivientes, pero sobre todo, un lugar lleno de niños a quienes les puedo contar nuestra historia.
Bonnie Cartas Czaplewaki
Nació en Durango
Es cineasta y miembro del Six
Pack
“VOCES DESDE EL ENCIERRO” es un especial de 7 cuentos cortos de autores miembros del “Colectivo Six Pack”. (4 de 7)