La violencia que envuelve Haití no sólo tiene atrapados a los haitianos, sino también a extranjeros. Es el caso de un
os misioneros estadounidenses que están rogando por ayuda.
Jill Dolan y su familia quedaron atrapados en el país al estallar la violencia de las pandillas, que amenazan con desatar una guerra civil. La familia estadounidense se refugió en un motel improvisado en Puerto Príncipe, la capital, a la espera de ser evacuados. Sin embargo, cada día que pasa es de terror.
En declaraciones al diario The New York Post, Dolan, quien ayuda a dirigir un orfanato en Haití a través de su organización Love A Neighbor, dijo que está en contacto con la Embajada de Estados Unidos, pero que hasta ahora, la ayuda ofrecida es poca.
«En realidad, lo que dicen es algo así como ‘Manténganse a salvo’. Y yo pienso: ‘Bueno, eso no es muy útil'», dijo Dolan.
«Mi temor es que nos veamos atrapados en medio de algo realmente peligroso. Ya estamos en primera línea, estamos en una mala zona», dijo Dolan, y añadió: «Es un poco deprimente. Los balazos nunca cesan».
Este martes, el primer ministro de Haití confirmó que renunciará a su cargo, cediendo a la presión internacional para salvar a su país. Su renuncia era uno de los reclamos de las pandillas, que controlan 80% de la capital.
Ariel Henry hizo el anuncio horas después de que varios funcionarios, entre ellos, líderes caribeños y el secretario de Estado de Estados Unidos, Anthony Blinken, se reunieron en Jamaica para analizar una solución para detener la creciente crisis en Haití y acordaron una propuesta conjunta para establecer un consejo de transición. Las pandillas han advertido que no lo reconocerán. Y el plan internacional no incluye a líderes pandilleros, como Jimmy Chérizier, alias Barbecue, quien ahora controla a los grupos en Haití, en algún gobierno de transición que deberá convocar a elecciones.
Miles de personas han huido, o intentan hacerlo, mientras en las calles se descomponen los cuerpos. La violencia se agravó desde el 29 de febrero, cuando las pandillas incendiaron estaciones policiales, negocios y cárceles, permitiendo la fuga de miles de presos.
Lynn, quien pidió al Post que sólo se refiriera a ella por su nombre de pila, y Miriam Cinotti, realizan labores misioneras con Dolan y están varadas en otra zona de Haití, que ha declarado el estado de emergencia.
Su zona aún no ha sido invadida, pero están preocupadas e intentan marcharse. Sin embargo, los dos aeropuertos internacionales del país están cerrados debido a la violencia y los ataques.
El ejército estadounidense realizó un transporte aéreo de personal de la embajada durante el fin de semana y se ha desplegado para proporcionar seguridad adicional en la embajada. Pero a ellas nadie las contactó.
«Nadie se ha puesto en contacto con nosotros. Y luego, por supuesto, cuando vimos que recogían a los trabajadores no esenciales, pensamos: bueno, quizá vuelvan y empiecen a evacuar Puerto Príncipe y luego tengan un avión para todos los demás», dijo Cinotti, añadiendo que vino a Haití para ayudar a rescatar a 80 niñas de la violencia de las bandas.
«Nos preocupa porque estamos en un país donde no sabemos qupe va a pasar. Es impredecible». Lynn tiene otro temor: su esposo es diabético, y conseguir medicinas no es tan fácil.
Kim Patterson, que intenta sacar a su padre, un exmarine, de Haití, declaró al Post que ella y sus hermanos han agotado todas las opciones que tenían para sacarlo del país. Y la embajada de Estados Unidos, lamentó, «no ha ayudado mucho».
«Lloro todos los días, nunca en mi vida me he sentido tan impotente como ahora, porque soy una mujer del sureste de Georgia que intenta sacar a su padre de un país del tercer mundo en plena guerra civil», dijo Patterson.