París, 12 mar (EFE).- Hace dos años que los candados no forman parte del paisaje parisino, pero estos objetos que eran depositados por los enamorados en los puentes de París vuelven a ser protagonistas de sus calles con una escultura de la mexicana Carmen Mariscal que cuestiona el sentido de este gesto romántico.
Mariscal (1968) ha levantado con ellos una escultura que define como una «casa-prisión» y que ha bautizado con el nombre «Chez nous», lo que en español significa «nuestra casa» pero también «nuestro país» y que para la mexicana representa la construcción colectiva de su instalación.
«La idea me vino caminando por el Puente de las Artes. Cuando veía a la gente poniendo sus candados me decía: ‘¡Qué romántico! Pero, ¿por qué eligen un candado como símbolo para sellar su amor?», comentó la artista ante la construcción, instalada desde este jueves y hasta el 28 de abril entre el Museo del Louvre y el Palacio Real.
Mariscal ha interpretado así este objeto que, en su opinión, no solo simboliza la estabilidad, también la posesión y el encierro.
«Llevando el tema más allá me dije que si nos queremos encerrar los unos con los otros en una casa como esta, simbólicamente, sin puertas ni ventanas y de la que no podemos salir, en el caso extremo termina frecuentemente habiendo violencia en el hogar», estima.
Pero la casa, con sus 4,8 toneladas y sus 3 metros de alto, es víctima de su propia condena y ya está siendo decorada por nuevos enamorados con candados que datan de este mismo mes.
La propia artista cuenta que tuvo que decirle a un joven que no tocara la obra cuando lo vio forcejeando con sus candados: «Es mi candado, lo puse ayer, pero quiero quitarlo porque hemos roto», le dijo el hombre, desesperado y atrapado en su trampa.
El proyecto, que ha sido respaldado por el Ayuntamiento de París y la Embajada de México en Francia, será presentado dentro del recorrido de la feria de arte Art Paris, retrasada por el coronavirus hasta mayo, aunque Mariscal espera que pueda ser expuesta más adelante en otros lugares.
Su tamaño y exagerado peso hacen que este deseo se complique y pese al interés mostrado por otras ciudades para su exposición, como Pamplona (norte de España), el costo del traslado y montaje basta para disuadir a quienes quieren mostrar este trozo de París en el extranjero.
«El hecho de poner un candado parte de un gesto personal, pero se convierte en parte de un gesto público», recuerda Mariscal, que lleva veinte años trabajando entre París y Londres la fotografía y la escultura e investigando sobre la memoria de los objetos.
Porque además de una escultura de denuncia social, esta obra está formada por los recuerdos de miles de enamorados que en muchos casos grabaron sus candados en sus respectivos países para dejarlos en su viaje en París como una parte de sí mismos.
Cuando en 2018 el Ayuntamiento los retiró por completo del puente del Arzobispado y el de las Artes, donde se amontonaban, les quitó un peso de más de 93 toneladas. Todavía hay quien intenta atar el suyo en las inmediaciones.
María D. Valderrama