Jerusalén, 7 jun (EFE).- Franz Kafka quiso que los manuscritos que dejó al morir fueran destruidos. Su deseo nunca se cumplió. Casi un siglo después, cientos de documentos ocultos durante décadas en las cajas fuertes de un banco de Suiza que marcan su vida y obra literaria salieron a la luz en Jerusalén.
Tras un litigio de doce años por su propiedad, la Biblioteca Nacional de Israel expuso hoy miércoles cientos de cartas, diarios, cuadernos, bocetos y escritos a mano del autor, que llegaron en julio desde Zúrich, y que estaban guardados en sesenta carpetas del archivo personal de su amigo íntimo, Max Brod, a quien legó sus papeles para que los quemara.
Este, sin embargo, no los destruyó, viajó con ellos a Palestina en 1939, editó parte y contribuyó a su publicación, por lo que alrededor del 99% de los archivos expuestos hoy ya fueron publicados, señala a Efe Stefan Litt, encargado del archivo revelado.
Los manuscritos, indica a Efe el director del centro bibliotecario, David Bumblerg, serán expuestos y difundidos por internet próximamente y, según Litt, lo más interesante de que ahora vean la luz es tener delante «los escritos originales de Kafka, observar su escritura a mano» o «como repartía el texto entre sus páginas».
«Lo más novedoso» es un cuaderno «con textos lógicos en hebreo, algo que nos sorprendió en Israel al ver que Kafka podía escribir textos cortos e incluso cartas que enviaba a su profesor de hebreo», un elemento «que hasta ahora ha sido bastante desatendido» en las investigaciones sobre el escritor, destaca Litt, que considera que «esta era una faceta de Kafka que debe ser más valorada».
Los expertos sabían que el novelista estudió el idioma desde 1917, pero no estaban seguros de si podía escribirlo con soltura, algo que se demuestra en la libreta encontrada, que Litt ve como «un gran descubrimiento».
Otros de los interesantes hallazgos son dibujos del escritor.
«Algunos fueron publicados en el pasado, pero también hay otro cuaderno con garabatos y esbozos de figuras humanas y situaciones diferentes, algunas de ellas humorísticas y otras no», todos recopilados en una libreta hasta ahora «totalmente desconocida», remarca el experto.
Kafka (Praga, 1883-1924), que escribía cartas casi a diario a sus amigos y allegados, dejó una extensa correspondencia en la que destacan notas epistolares con Brod o una carta de 47 páginas dirigida a su padre en 1919, en la que se evidencia «su difícil relación, el terror que le infundió durante toda su infancia» y «otros agravios», y que su progenitor finalmente no recibió.
Entre los archivos del autor de «El Proceso», guardados hasta hace poco en una caja de máxima seguridad del banco suizo UBS, están tres versiones de «Preparativos de una Boda en el Campo», una historia en la que trabajó entre 1907 y 1909, pero que nunca acabó, y el fragmento del relato se publicó finalmente tras su muerte.
Litt, que acaricia ante los periodistas las valiosas notas conservadas del escritor, destaca también los apuntes autobiográficos de Kafka que tiene entre manos, que contienen memorias sobre su infancia y sus años escolares en Praga.
«Entre los alumnos que estudiaban conmigo, yo era tonto, pero no el más tonto», escribió en una nota de 1909 este novelista que ha pasado a la historia de la literatura universal.
Décadas después de su muerte, los papeles de Kafka que Brod no quiso destruir se han esparcido por el mundo. Muchos de sus manuscritos, remarca Litt, quedaron en manos de sus sobrinos en Inglaterra a principios de los sesenta, y se encuentran en Oxford.
El resto de documentos permanecieron con Brod, que antes de su muerte en 1968 envió una parte de ellos a Suiza para salvaguardarlos, mientras que otros se quedaron en Tel Aviv.
Al morir, los dejó en herencia a su secretaria, Esther Hoffe, que los legó más tarde a su hija, Eva, que luchó legalmente hasta su vejez por mantenerlos en su propiedad.
En 2016, el Supremo israelí dictaminó que el legado de Kafka pasara a pertenecer a la Biblioteca Nacional de Israel, una decisión ejecutada por la Justicia suiza, que dio luz verde al traslado de los papeles a Israel, lo que permite que hoy puedan ser consultados.
Por Joan Mas Autonell