Davos (Suiza), 26 ene (EFE).- Rocío, Ale y Jesús son parte de un grupo de ocho mexicanos ciegos que estuvieron en el Foro de Davos y acompañaron durante tres noches a casi un centenar de participantes en una experiencia de alteración sensorial, que vivieron a través de una cena en la más completa oscuridad en lo alto de una montaña.
«Cuando el año pasado me dijeron que viajaría a Suiza no lo podía creer y traté de vivirlo intensamente como si nunca fuese a volver, pero aquí estoy otra vez», cuenta Alejandra Rivera, que por segundo año fue una de las «guías» en las cenas organizadas por la Fundación «Ojos que Sienten» por invitación del Foro Económico Mundial.
Los lugares son limitados y el éxito que tuvieron el año pasado hizo que en la edición del Foro que acaba de concluir los sitios disponibles para las tres veladas se llenaran minutos después de que se abriese la inscripción.
Cuando uno llega no sabe que esperar, la mayoría piensa que comerán más en la penumbra que en la oscuridad total, no tiene idea de lo que comerá, ni que aquellos que les servirán y ayudarán en un ambiente donde el sentido más predominante en la vida diaria queda anulado son personas ciegas.
Entre los asistentes hay altos ejecutivos, científicos, académicos, jóvenes que forman parte de la comunidad de líderes del Foro y algún periodista que de suerte ha conseguido un lugar, ya que esta experiencia está reservada a los invitados al Foro de Davos.
La aventura empieza incluso antes de la cena, puesto que ésta se realiza en el restaurante de una estación de esquí y hay que tomar una telecabina que se abre por la noche especialmente para la ocasión, tras lo cual los comensales son recibidos con bebidas calientes para propiciar el diálogo y empezar a romper barreras.
En una sala cercana están sus «guías», que siempre esperan con cierta ansiedad la entrada de clientes tan especiales.
«Al principio siempre hay nerviosismo, pero una vez que empezamos a interactuar todo se transforma en un gozo de compartir con gente de distintos lugares del mundo. El tema del idioma es un reto, pero se supera cuando se logra una conexión totalmente humana», explica José Pacheco a Efe.
José es el director de «Ojos que Sienten» y el primer alumno de los talleres de fotografía sensorial para personas con discapacidad visual que Gina Badenoch empezó a impartir en México en 2006, una idea que aportó tanto a la vida de ese colectivo que llamó la atención del Foro Económico Mundial, en Suiza, que designó en 2012 a la joven mexicana como una de sus jóvenes líderes en el mundo.
Gina explica que «las personas que no ven sí perciben. Con el olfato, el tacto, el gusto y el oído pueden percibir un espacio, sentir una emoción y tener pensamientos que quieren proyectar. La idea era ver cómo la cámara podía ser de cierta forma sus ojos».
«Cuando empezamos todos pensaban que estábamos locos. Nos preguntaban para qué servía enseñar fotografía a personas ciegas, era una idea disruptiva en una época en la que dominaba una narrativa de asistencialismo y victimización, y nosotros llegamos a ofrecer una oportunidad de igualdad, de mostrar fortaleza y potencial», agrega.
El Foro de Davos abrió así sus puertas a Gina, José y su equipo, quienes empiezan su trabajo en las cenas sensoriales conduciendo hasta sus mesas a los comensales que entran agarrados de los hombros a la oscura sala, donde los acomodan e intentan que entren en confianza para empezar su primer plato, que ya está servido.
Comer literalmente a ciegas es totalmente desconcertante. Primero uno intenta con tenedor y cuchillo, pero parece imposible y como nadie ve nada se termina comiendo con los dedos, como después casi todos confiesan en medio de risas.
En la oscuridad la apariencia y la postura pierden toda importancia. Cuando llega el momento del plato principal ya se escuchan risas y conversaciones por todos lados… alguna copa se derrama.
En la oscuridad es más fácil romper barreras, incluso físicas. Se vuelve casi imprescindible buscar y encontrar la mano del compañero de mesa para pasarle su plato o la canasta de pan, que uno ha encontrado de tanto tantear delicadamente sobre la mesa para evitar tirar algo.
Resulta sorprendente que casi hora y media después, parece que a nadie le incomoda no ver a los demás ni el lugar donde se encuentra, hasta que, tras el postre, suena una campana y aparecen flotando tenues lámparas de papel que nos devuelven la percepción visual.
«Al Foro de Davos se viene a hacer contactos, pero hay algunos empresarios que causan tal impresión que uno ni se atreve a acercarse a ellos, mientras que aquí todos se mezclan, la comunicación fluye y las conversaciones son más honestas», comenta uno de los participantes.
Sobre las reacciones, Rocío, una de las «guías» y ciega de nacimiento, cuenta que éstas son diversas: «Cada cultura tiene una forma distinta de reaccionar ante una situación, hay gente que es fría y solo te dice ‘thank you’, otros te abrazan y otros lloran».
«La gente lo ha tomado de muy buena manera y todos aquí en Davos han sido muy amables con nosotros», dice por su parte Jesús Rodríguez, ciego desde los siete años.
El grupo no sabe si el Foro decidirá proponer nuevamente el próximo año a sus participantes esta experiencia excepcional, paralela a la agenda de negocios que suele concentrar su atención y de la que solo algunos consiguen desconectarse al menos por un rato.
Isabel Saco