Venecia (Italia), 2 sep (EFE).- El magnetismo y la fuerza de la chilena Mariana di Girolamo (Santiago, 1990) son uno de los principales pilares que sostienen «Ema», el filme con el que Pablo Larraín compite por el León de Oro en la 76ª Mostra de Venecia.
«Ema representa a una generación que está perdiendo el miedo», ha dicho en una entrevista con Efe la actriz, aún digiriendo las primeras y buenas críticas recibidas por su trabajo, su primer papel protagonista que le ha lanzado directamente al ruedo internacional.
Hija de artistas visuales, nieta de dramaturgo y sobrina de la conocida actriz chilena Claudia di Girolamo, Mariana comenzó a estudiar obstetricia, pero finalmente la sangre se impuso y probó suerte en la televisión, con series como «Pituca sin Lucas» hasta la reciente «Río Oscuro».
PREGUNTA.- ¿Cómo llegas a este proyecto?
RESPUESTA.- Yo estaba haciendo una serie y Pablo me envió un mensaje diciendo que me quería conocer. Nos juntamos a almorzar y me explicó esta idea de la película, de una mujer libre. Me dijo que tendría que cortarme el pelo y esperar porque aún no era seguro, pero un mes después volvió a llamarme para decirme que sí.
P.- Ema es bailarina y tiene muchas escenas de baile. ¿Habías estudiado danza?
R.- Me gusta bailar, para mí, como para Ema, es una liberación, me gusta ir a los clubes, pero de manera profesional nunca lo había hecho. Tuvimos que entrenar bastante.
P.- Esta es una película importante para ti.
R.- Para empezar es mi primer protagonista, lo que he hecho en Chile ha sido más experimental, proyectos de realidad virtual o roles secundarios, pero ahora estamos abriendo esta película al mundo, aquí en Venecia, luego iremos a Toronto y San Sebastián. Aún lo estoy procesando pero estoy muy contenta.
P.- Ema tiene una estética muy particular, atrevida, entre punk y trapera, muy acorde con la palabra que has usado para describirla: una mujer libre.
R.- Sí, Ema tiene claro su objetivo, ella quiere ser madre, formar una familia, pero su propia familia, una familia de nuestros tiempos, diversa. Se mueve con libertad, sin ataduras, no importa de dónde viene, su pasado, ella se mueve sin culpa y uno la puede juzgar pero también puedes entenderla y eso es lo bonito.
P.- Viniendo de una familia de artistas, ¿la vocación viene por ahí?
R.- La sangre tira. En realidad estudié obstetricia antes pero no la terminé. Siempre me ha gustado el área de la biología. Pero tengo una tía, Claudia di Girolamo, muy reconocida en el teatro, crecí viendo sus obras, mis papás son artistas visuales…crecí con esos aromas. Finalmente opté por este camino, pero no es algo que quisiera desde pequeña.
P.- La película da voz a una nueva generación con una forma más abierta de ver el mundo, rompe esquemas familiares, morales, sexuales. ¿Cuánto tienes en común con eso?
R.- Algo está efervesciendo, no solo en Chile, también en Argentina y en Latinoamérica en general, con temas de feminismo y liberación sexual. Hay un nuevo concepto de responsabilidad afectiva: da igual con quien te relaciones, hombre, mujer, con dos tres o cuatro, pero siempre con responsabilidad y conciencia. Es una generación que está perdiendo el miedo y que trabaja en colectivo, como una tribu.
P.- ¿Y en lo personal?
R.- En lo personal es una lucha que yo hago día a día, crecí con cánones bastante conservadores, del catolicismo, y es mi lucha diaria.
P.- ¿Te gusta el reguetón y el trap?
R.- Me gusta bailarlo, no escucharlo. Mi adolescencia fue con esos ritmos, mis primeros encuentros con hombres. Es un baile sexual, que se baila en colectivo, atávico. Ema lo usa para liberarse y seducir. No podemos hablar de nuestra generación si no hablamos del reguetón.
P.- ¿Qué opinas de la escasa presencia de mujeres directoras en competición en el festival? ¿Estás a favor de las cuotas?
R.- Debería haber más mujeres. (Alberto) Barbera -el director de la Mostra- decía que por curatoría no trajeron más, que quizá a lo más podría haber cuatro. Bueno, pues traigamos cuatro, o como decía Lucrecia (Martel), probemos mitad y mitad. En todo caso, pienso que dos de 21 es muy poco, debería haber más.
Por Magdalena Tsanis