Ella quiere ver a su mamá. Marca en el calendario el día que habrá de recibir en la casa hogar la visita de su madre. Tiene más de cuatro años viviendo ahí, ahora tiene ocho años de edad y ya va a la escuela. Espera la visita como si fuera la Navidad, quiere estar con ella y platicarle lo que ha hecho en clases. Tendrá apenas unas cuantas horas para narrarle sus aventuras.
El día llega, ella despierta de buen humor, va a la escuela y se le ve sonriente. Al regresar de clases hace su tarea a toda prisa. A la hora de la comida toma sus alimentos con cuidado para no manchar la ropa. Pide que la peinen, quiere unas trenzas para lucir más bella. Es una chispa.
Minutos antes de la cita, que ha estado esperando desde hace más de un mes, se dirige al recibidor, se sienta en el sillón, sus pies no llegan al piso, en sus manos tiene un dibujo que ha hecho para ella.
Pasan las horas y la madre no llega. Se hace de noche y la visita no apareció. La niña no va a cenar, no tiene hambre, pide permiso para irse directo al dormitorio. Cuando apagan las luces sus compañeras hacen sus oraciones, la escuchan sollozar con la cara hundida en la almohada. Comparten su dolor, pues a muchas de ellas tampoco las visitan.
Ella no tiene información de por qué su mamá no llegó a la visita. Quizá se enfermó o pasó un imprevisto de última hora. Le gusta pensar que algo se atravesó e impidió que entregara el dibujo que le hizo desde días antes. La mujer no se comunica a la casa hogar, no se sabe a ciencia cierta qué pasó.
Pasan las semanas, llega el mes y el día de visita. De nueva cuenta la ilusión crece. Ya son más dibujos los que la niña ha preparado para su mamá. Tiene días orando, pidiendo al cielo que esta vez su madre sí llegue, que no aparezca la noche y ella siga en soledad en el recibidor esperando a la mujer.
La historia se repite, la mamá no llega. La niña se niega a ir a cenar y se va directo al dormitorio. Las visitas fallidas se repiten una y otra vez, pero ella ya no llora, siente que ha descubierto algo y se lo dice a sus compañeras, a sus hermanas de hogar: “Mi mamá no me quiere”.
Para ella es complicado ir a la escuela y escuchar a sus compañeras de clase hablar de lo que hacen en familia. No tiene la experiencia de estar con papá y mamá. Tiene hermanas de hogar, religiosas que la cuidan, pero no hay una figura materna, ni paterna, a la cual recurrir. Sus amigas se quejan de que sus padres las han regañado y ella desea ser la regañada.
Con los meses, con los años, las no visitas de la mamá han pasado a un plano que al parecer ya no le mueven el día. Ella sostiene que su madre no la quiere, que por eso fue a dejarla ahí, se siente rechazada por la mujer que la cargó en su vientre, de la que nació, de la que cuando tenía cuatro años fue a dejarla a la casa hogar.
Cuando le comunican que hay una pareja interesada en adoptarla, en darle una familia, en ser la hija de ese matrimonio, ella reacciona, insiste en que su mamá no la quiere, pero tiene fe que algún día algo o alguien ilumine a la mujer y entonces su madre la querrá y regresará por ella a la casa hogar.
“Mi mamá no me quiere… Pero a la mejor un día me puede querer”.