Matamoros (México), 8 jun (EFE).- Miles de migrantes africanos aguardan desde hace meses en la frontera entre México y Estados Unidos, donde afrontan condiciones de hacinamiento, falta de ingresos y abusos en una zona con altos índices de violencia.
Desde el 2019, personas provenientes de diversos países de África (más de 5.000, según datos del Gobierno federal) han atravesado el territorio mexicano para asentarse en estados que colindan con Estados Unidos, como Tamaulipas.
Matondo Kuanzambi, quien en su credencial de residencia expedida por el Instituto Nacional de Migración destaca que es apátrida, llegó a Matamoros (Tamaulipas) a mediados de mayo y desde esa fecha él, su esposa y sus dos hijos, quienes viven con cuatro compatriotas más en una casa de apenas dos cuartos, la sala y un baño, enfrentan a la falta de apoyo durante su nueva estancia.
«Tenemos niños dormidos en colchonetas, no tenemos condiciones de vivienda, tampoco ropa, ni dinero para comprar comida cada día, necesitamos apoyo», declaró este lunes a Efe el migrante, quien se aferra al idioma español para facilitarse la comunicación con la comunidad.
En el interior de la vivienda, ubicada en el fraccionamiento (localidad) Paseo de Las Brisas, uno de los más inseguros a nivel local, apenas hay una mesa y diversos enseres, mientras en el exterior se encuentra una cama donde duerme una de las personas.
«Apenas tenemos unas semanas en Matamoros, no queremos ir a Estados Unidos, no tenemos otro lugar para ir», afirmó el extranjero con preocupación tras exponer que uno de los migrantes pagó la renta de una casa y después fue echado por el propietario de manera arbitraria sin que ninguna autoridad los asesorara.
EN BUSCA DE LA ESTABILIDAD
En otro fraccionamiento de Matamoros, denominado Arecas, por lo menos siete familias habitan en diversas casas pequeñas hasta donde la comunidad fronteriza que ha conocido su situación les ha llevado comida y ropa, para ayudarlos mientras encuentran trabajo.
«Somos del Congo y de Angola. Huimos porque hay guerra, no hay trabajo, ni alimento, ni escuela para niños», expuso Nathan Bole Ndongo, que ha buscado un empleo para tratar de solventar la renta de la vivienda donde se refugia.
Su trayecto para llegar a la frontera hasta el norte de Tamaulipas ha sido largo. Cuatro meses en Tapachula (Chiapas, sureste), ocho meses en Ciudad Acuña (Coahuila, norte) y por lo menos dos meses en territorio de Matamoros, donde trata de incorporarse a la cotidianeidad de la localidad.
Algunos se han adaptado y hasta han colocado sus negocios, como el caso de un grupo de mujeres que hacen peinados con trenzas y logran recabar recursos para su sustento.
ASISTENCIA EN EL CAMINO
El coordinador de la Pastoral de Migrantes en la Diócesis de Matamoros, presbítero Francisco Gallardo López, informó que es reducida la cantidad de africanos que han llegado a este rincón de la frontera, pero es posible que el flujo aumente durante el año por Reynosa y en la ciudad sede de la organización eclesiástica.
«Estamos haciendo un proyecto con la Organización Internacional de Migraciones para ver si hay gente de África. Se les podría ayudar con un subsidio para renta o de despensa», dijo el sacerdote.
Es la Casa del Migrante «San Juan Diego», de la ciudad de Matamoros, el sitio donde comúnmente arriban los migrantes del continente africano y después de algunas semanas en las que encuentran vivienda se retiran para enfrentar la inseguridad que se registra en las zonas donde habitan.
«Se tiene que velar por la dignidad y los derechos humanos de las personas, no se pueda atentar contra la situación de los migrantes. La situación es gravísima, considero que se tiene que hacer un buen cuidado de los migrantes independientemente de cuál sea su nacionalidad», expresó Gallardo López.
Se estima que al menos 30 familias africanas se han asentado en este municipio fronterizo donde también se cuenta con casi 2.000 migrantes, entre centroamericanos y mexicanos, como de diversos países, que están a la espera de asilo del gobierno de Estados Unidos, pero las diferencia es que están en un campamento a orillas del río Bravo.
Desde finales de 2018, aumentó el flujo de migrantes de Centoramérica y de otras partes del planeta que cruzaron México para llegar a Estados Unidos, lo que derivó en tensiones entre el Gobierno estadounidense y el mexicano.