México, 8 ago (EFE).- Para la novelista mexicana Mónica Hernández, la clave de la escritura está en encontrar las pequeñas perlas del día a día, esos instantes mínimos que marcan la existencia de las personas mientras se empeñan en el acto de vivir.
«Me gustan los detalles que enriquecen la vida de la gente. La vida está hecha de momentos; en ella hay explosiones, pero perduran más las historias cotidianas. A mí me gusta verlas y escribirlas», confiesa la autora este sábado en entrevista a Efe.
Hernández debutó hace unas semanas como creadora de ficción con la novela «Las perlas malditas del almirante», una pieza de 309 páginas, editada por el sello editorial Planeta. El volumen recorre más de cinco siglos a partir de un par de perlas encontradas en América por Cristóbal Colón.
Las joyas, rodeadas de una maldición, llegan a las manos de Luis XIV, quien se las obsequia a su amante Marie Mancini, después de lo cual pasa de una corte a otra y adorna los rostros de princesas, reinas y cortesanas hasta llegar a Ginebra en 1969.
«Las perlas son un pretexto que encontré oculto. De Cristóbal Colón sabemos mucho, pero al mismo tiempo desconocemos casi todo. Las perlas me sirvieron para contar una historia de Colón y de 500 años después», comenta.
En el contrato que el descubridor de América firmó con los Reyes Católicos en 1492 en Granada, dice que el hombre iría a las islas del otro lado del mar en busca de especias y perlas. La escritora razona que hay riqueza en la vida del misterioso almirante y se propone desvelar algunos de sus secretos.
«Cuando viví en Barcelona, alguien me aseguró que era catalán. Bueno, no catalán, sino aragonés porque Cataluña nunca existió como un reino, era el Reino de Aragón. La historia cobra vida al notar que de Cristóbal Colón sabemos mucho y conocemos poco».
Después de recolectar durante un año biografías, documentos y anécdotas del almirante, Mónica presentó a un Colón de carne y hueso, a veces saludable, otras con una piedra en un riñón, humilde y sabio, generoso y miserable.
«Me gustaría que lo recordaran como una persona que se movía entre el blanco y el negro y navegaba entre los grises. No fue un santo ni un villano. Se movió en esos rangos. Fue un miserable, hombre generoso, héroe y villano. A mí lo que me interesaba era ver la parte humana de la persona, no tanto del personaje», dice.
Hernández estudió Administración. Hizo una maestría en España, sin embargo un día dejó todo para cumplir su sueño de escribir.
«Yo sabía que Colón hizo un viaje. Después supe que hizo cuatro y del tercero regresó encadenado. Me cuestioné cómo fue posible que una persona llena de honores y títulos fue preso. Una de las razones fueron las perlas; ahí empezó el hilo a tirar de la madeja», revela.
El libro narra anécdotas de la Florencia de los Médici y luego pasa por la guerra de los Treinta Años, la época de la Inglaterra revolucionaria, la de la Francia del Rey Sol y la del derrocamiento de Alfonso XIII.
La novela, que tiene un toque de misterio, y desvela intrigas, está aderezada por las lecturas de la autora desde sus años de adolescente, en los que se interesó, entre otros, por de los Médici, Luis XIV, Napoleón III y Maximiliano y Carlota de Habsburgo.
«Son periodos de la historia que me han atrapado durante mi vida. Escogí lo que más me había gustado de esas épocas y eso es lo que compone el libro, la parte donde Colón ya está muerto», cuenta.
Duro fue el trabajo para imaginar una época lejana y contar la historia con un lenguaje diferente al que se usa hoy, pero que tampoco es el de antes porque sería inteligible. «Hubo mucho de mi cosecha. Si hubiera escrito como hablaban en aquellos tiempos, nadie me hubiera entendido», confiesa.
Antes de escribir, Mónica Hernández visitó varios sitios donde estuvo Colón o algunos de los protagonistas del libro y obsesionada contó cuántos pasos medía la sala de concejo de algún rey. Con datos como esos llenó el cofre de sus pequeñas perlas del día a día. Entonces pudo escribir.