Moniquirá (Colombia), 18 dic (EFE).- El pueblo colombiano de Moniquirá, a tres horas de Bogotá por carretera, reivindica ser el municipio más dulce de Colombia y la cuna del «bocadillo», una confitura hecha de pulpa de guayaba y de panela, producto derivado de la caña de azúcar.
La mayoría de los 24.000 habitantes de esta localidad viven del cultivo de plátano, yuca y caña de azúcar en sus pequeñas parcelas y su posterior venta en el mercado del pueblo, aunque los bajos precios, el abandono institucional y la falta de relevo generacional amenazan con diezmar el trabajo en el campo.
En este contexto, los campesinos y habitantes del municipio, ubicado en el departamento de Boyacá (centro), buscan ensalzar el patrimonio natural y gastronómico de la localidad, de clima templado, e incentivar el turismo de aventura para irrigar la economía local de nuevos ingresos.
EL OLOR DE LA GUAYABA
El olor de la guayaba impregna los pasillos de la fábrica de bocadillos La Moniquireña, donde cada domingo llegan unas 50 cajas de esta fruta dulce y tierna que se hierve, se mezcla con panela y se deja enfriar hasta convertirse en una tableta parecida al membrillo.
El propietario del negocio, Libardo Villamil, explicó a Efe que el bocadillo nació en Moniquirá pero suele asociarse al vecino departamento de Santander porque el pueblo pertenecía antes a esa región administrativa.
«El bocadillo nació en Moniquirá, aunque poco a poco llegaron a las fábricas vecinos del municipio de Vélez y de Barbosa. Aquí aprendían la técnica y después creaban allá sus negocios. Al final se popularizó en esos sitios», señaló el empresario.
El edificio está inusualmente vacío porque sus trabajadores compiten en la plaza para ver quién empaca más rápido los dulces en su tradicional envuelto de hojas de bijao (Calathea lutea), como parte de la edición 104 de la Feria del Dulce y Bocadillo de Moniquirá, que resaltó el folclore campesino del 11 al 15 de diciembre.
PROBLEMA DEL CAMPO
Justamente el bijao, una planta que crece en el trópico, es uno de los cultivos típicos del pueblo. Sus habitantes recogen las hojas y las blanquean para después venderlas en el mercado por un precio irrisorio.
Un jornalero que trabaje en el bijao puede ganar «unos 150.000 pesos a la semana (cerca de 45 dólares)», señaló a Efe Guillermo Luis, un campesino que lamenta también los bajos precios del café y la caña de azúcar con la que se hace la panela, de los que Moniquirá es el principal productor en Boyacá.
«Como el precio es muy barato, la gente se retira de la producción porque se quiebra, yo hasta vendí mis mulas y tampoco los jóvenes quieren trabajar en el campo porque no hay ningún incentivo», detalló el jornalero, que trabaja en una finca rodeada de hojas de plátano y gallinas cacareando en libertad.
La fruta de guayaba para los bocadillos se transporta desde otras localidades ya que «las plantas se dejaron de cultivar porque se las comió el picudo», un insecto originario de Asia, y ahora necesitan «crear alianzas con el Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA) para recuperarlas», explicó el campesino.
NUEVAS OPORTUNIDADES
Ante este panorama, las nuevas salidas económicas atraen a emprendedores como Fernando Cáceres, uno de los guías de la operadora «Finca Ecoturística de Aventura y Ecoaventura», que descubre a los visitantes de Moniquirá un recorrido paisajístico con más de 15 cascadas y senderos naturales.
En la cascada del Salto del Zorro los turistas pueden hacer rapel, caminar entre los arbustos y bañarse en un pozo de agua cristalina, mientras que en la Cascada del Cajón, de 76 metros de altura, pueden quitarse el sudor de las travesías por las montañas en las quebradas de la zona.
Cáceres también se ocupa de descubrir lugares olvidados como el montículo donde se libró la penúltima batalla de la Guerra de los Mil Días, la última contienda civil que marcó el paso de Colombia del siglo XIX al XX.
Ese suceso se recuerda con un tímido cartel de madera y un obelisco ennegrecido por el descuido.
Contra este olvido lucha también el proyecto del Fondo Nacional de Turismo (FONTUR), que financia campañas para ensalzar la belleza de Moniquirá y los proyectos ecoturísticos y de aventura como los que incentiva Cáceres.
Este guía, de espíritu emprendedor, construyó con otros compañeros una estructura metálica para que los visitantes ávidos de adrenalina salten desde el Alto del Mazamorral en unos 60 metros de caída libre, y, si el miedo lo permite, desde allí otear todo el valle.
Ese valle está marcado por las imágenes de fincas campesinas y plantas tropicales, por el olor a guayaba que se escapa de la fábrica y humedece la plaza de Moniquirá, epicentro de un pueblo abierto a que el turista intrépido y con afán de aventuras lo descubra.
Por Ares Biescas Rué