La mujer le platicó a su hija que la noche previa, antes de dormir, un par de niños la visitaron en su cama. Uno se sentó a la derecha de ella y apoyó su pequeña cabeza sobre su vientre, mientras que el otro se recostó a su izquierda a la altura de su hombro y le recomendó que se despidiera de su familia.
La mujer preguntó a los niños si ya se iba a morir y ellos le dijeron que sí.
Esa noche, sin saber por qué, ella lloró.
Con los ojos abiertos mirando la oscuridad del techo, lloró en silencio. Luego le diría a su hija que las lágrimas le escurrieron a las orejas, y sintió como se le iban acumulando hasta que el llanto se desbordó y el líquido salado resbaló por su cuello hasta llegar a la almohada.
Lloró y lloró. Dijo que no era de tristeza, que tampoco era de alegría, solamente lloraba y no podía contenerse. Entre más lloraba más descansaba, así que siguió llorando.
Los niños no le dijeron cuánto tiempo le quedaba, pero sospechó que no llegaría a Navidad, ya que apenas era primavera. Se dio cuenta que no volvería a ver a sus amigas y que no lograría ver a sus nietos crecer.
Aceptó que no podía evitarlo, que los segundos se le escapaban sin remedio, que el aire ya no llenaría sus pulmones y que la sangre se detendría en sus venas, su cuerpo se enfriaría y las lágrimas cesarían.
Platicó que en sueños se vio acompañada de aquellos que se durmieron antes que ella. Que no era la primera vez que cuando se dormía viajaba hasta donde estaban ellos.
La hija le recomendó no pasear mucho con sus familiares fallecidos, pues corría el riesgo de no saber cómo regresar a su cuerpo.
Después de la visita de los niños, ella cambió. Pasaba largos ratos en silencio, con la mirada perdida, viendo hacia la nada. De repente cerraba los ojos, daba un largo suspiro y pedía agua, estaba sedienta y se atragantaba al beber del vaso.
Esas ausencias fueron más continuas, cuando regresaba de ellas platicaba de un campo de luz sin horizontes, donde ella corría y no dejaba de correr, regresaba cansada, fatigada, sin ganas de hablar, ni de comer y que después de esos paseos se quedaba dormida.
Una tarde recordó que décadas atrás, cuando ella era niña, la visitaron unos niños. En aquel entonces la única persona que le creyó y le ordenó no jugar con ellos fue su abuela materna, a la misma que ahora decía ver en esos largos paseos en el campo de luz.
No se cansó de contar que dos niños la habían visitado. Era un par muy pequeño, uno de pelo rizado y el otro de cara redonda. Llegó la última noche y se durmió, pero ya no despertó. Se quedó soñando, jugando y caminando con los niños.
Así se durmió mi gorda madre.